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miércoles, 19 de enero de 2011

El niño dice palabrotas

El niño dice palabrotas


Las palabrotas funcionan para los niños como «palabras mágicas» ya que que surten efecto en los padres, las incluyen en su vocabulario porque disfrutan observando la reacción que provocan.
Alrededor de los 4 años, los niños empiezan a asimilar las normas básicas de comportamiento: comida, sueño,higiene..., y ya están listos para entender algunas reglas sociales. A esta edad, pasan por una etapa en que quieren usar las palabras más fuertes que conocen, las que más ofenden, las que provocan a los mayores. El comportamiento y retador es normal en los niños de entre 4 y 6 años. Es raro que no utilicen palabras inapropiadas de manera ocasional.
Por qué dicen los niños palabrotas
Las palabrotas funcionan para ellos como «palabras mágicas» que surten efecto en los padres, los profesores, los vecinos... Los niños piensan que son palabras muy importantes y poderosas y, en consecuencia, les hacen importantes. Para ellos, utilizarlas también es una manera de expresar su independencia. Las incluyen en su vocabulario porque disfrutan observando la reacción que provocan. Sienten que les dan poder, les hacen ser el centro de atención, y los demás dejan de hablar para mirarlos y escucharlos. Consiguen causar sensación.

Claro está, lo normal es que los padres no quieran que su hijo diga palabrotas. Para conseguirlo, lo mejor es no extrañarse cuando lo haga, poner «cara de póquer» y no decir nada. Porque las palabras prohibidas atraen. Hay que pedir a los familiares y conocidos que finjan también que no han oído nada. Si no somos capaces, o prevemos que esta actitud puede generar problemas fuera del entorno familiar, conviene que la reacción ante la palabrota no sea desmesurada, sino de firme desaprobación. En la mayoría de los casos, conseguiremos que se extinga el comportamiento, al menos delante de los adultos y de manera frecuente. 
Qué pueden hacer los padres
Si los padres ven que su hijo no se puede controlar, o les resulta muy difícil tolerar que el niño diga palabrotas, pueden hablarle del efecto que tienen sus palabras para otras personas. Explicarle que puede llegar a hacer daño si dice determinadas cosas, aunque no sea su intención. También le pueden advertir de las consecuencias negativas, como que los padres de sus amigos o de sus compañeros de clase no quieran que sus hijos jueguen con él.

Pero, sobre todo, deben dejar claro al niño que les desagrada ese comportamiento, que él no les gusta cuando dice palabras malsonantes, que se avergüenzan y que, por esa razón, no le harán caso. Que le prefieren cuando se expresa como un niño educado y entonces se sienten orgullosos de él y les apetece oírle, mirarle y estar con él. Por supuesto, los padres deben ser consecuentes y tampoco deben decir palabrotas.
Reacciones que funcionan
- Enseñar al niño alternativas a las palabrotas. Ayudarle a expresar lo que siente mediante frases. Puede funcionar pedirle que se invente una palabra que le sirva a él, en exclusiva, de válvula de escape.

- Cuando vayamos de visita o salgamos a algún lugar, anticiparle qué haremos si dice palabrotas, y cumplir lo acordado. La reacción debe ser proporcionada, no puede tener consecuencias más negativas que la palabrota. Por ejemplo, fuera de casa dejar de mirarle y dentro de casa, mandarle a un rincón en el momento. Decirle que intentamos ayudarle a controlarse y felicitarle si lo logra.

- Dejar que el niño dedique en casa 15 minutos a decir palabrotas. Que se transforme de niño en dragón en ese tiempo. Cuando se les da condición de esperables y predecibles, las palabrotas dejan de causar el efecto sorpresa
que las hacía tan emocionantes y divertidas. Y, como los padres lo han sugerido, pierden también el efecto de oposición, de rebeldía al adulto.

- Observar en qué momentos dice el niño las palabrotas, qué emoción expresa su cara: si se divierte, sufre o está enfadado. Preguntarle si tiene algún problema, si está triste o irritado por algo. A veces, las palabrotas surgen como síntoma de inseguridad o infelicidad, es una manera que tiene el niño, inhábil y desadaptativa, de pedir ayuda, de pedir que nos fijemos en él.


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