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domingo, 16 de enero de 2011

EL VENGADOR DE PERDONDARIS

EL VENGADOR DE PERDONDARIS
LORD DUNSANY

Estaba yo en el Támesis pocos días después de mi regreso del país del Yann y el reflujo de la marea me arrastraba hacia el este del Westminster Bridge, cerca del cual había alquilado mi bote. Toda clase de objetos flotaban a mi alrededor -maderos a la deriva y enormes botes- y estaba tan absorto en la contemplación del tránsito de ese gran río que no advertí que había llegado a la City, hasta que miré hacia arriba y vi esa parte del Embakment que está próxima a Go-by Street. Entonces me pregunté de repente qué habría sido de Singanee, pues la última vez que pasé por su palacio de marfil había tanta quietud que me hizo suponer que no había vuelto todavía. Y aunque le había visto irse con su terrorífica lanza, y por muy extraordinario cazador de elefantes que fuera, su demanda era espantosa, pues yo sabía que ningún otro podría vengar a la ciudad de Perdóndaris, matando a ese monstruo de un solo colmillo que súbitamente la había derrumbado en un solo día. De manera que amarré mi bote nada más alcanzar los primeros escalones del embarcadero y, tomando tierra abandoné el Embankment; a eso de la tercera bocacalle empecé a buscar el comienzo de Go-by Street; es una calle muy estrecha, al principio apenas se distingue, mas allí está, y pronto me encontré en la tienda del anciano. Sin embargo, un hombre joven se inclinaba sobre el mostrador. No tenía ninguna información que darme sobre el anciano, se bastaba a sí mismo en la tienda. En cuanto a la pequeña puerta en la trastienda, "no existe nada parecido, señor". Así es que tuve que hablar con él y seguirle la corriente. Tenía a la venta sobre el mostrador un instrumento para coger terrones de azúcar de una manera distinta. Se alegró que lo mirara y empezó a alabarlo. Le pregunté para qué servía y él me respondió que para nada, mas acababa de ser inventado hacía sólo una semana y era completamente nuevo, y estaba hecho de plata, y se vendía mucho. Todo el tiempo estuve escrutando el fondo de la tienda. Cuando pregunté por los ídolos, él respondió que tenía las últimas novedades de la temporada: un selecto surtido de mascotas. Y mientras fingía elegir una de ellas, vi de repente la maravillosa puerta. Inmediatamente me dirigí hacia ella, seguido por el joven tendero. Nadie se sorprendió más que él cuando vio la hierba de la calle y sus flores púrpura; cruzó corriendo la calle con su levita puesta hacia la acera opuesta y se detuvo con el tiempo justo, pues el mundo terminaba allí. Mirando hacia abajo desde el borde de la acera vio, en lugar de las acostumbradas ventanas de la cocina, un vasto cielo azul surcado de nubes blancas. Le llevé a la puerta de la trastienda, pues parecía pálido y necesitado de aire, y le empujé ligeramente hacia el interior, ya que sabía que sería mejor para él el aire del lado de la calle que conocía. Tan pronto como cerré la puerta tras el asombrado hombre, giré a la derecha y recorrí la calle hasta descubrir los jardines y las cabañas, y una pequeña mancha roja que se movía en un jardín, la cual sabía que se trataba de la anciana bruja con su chal echado sobre los hombros.
-¿Viene de nuevo para variar de ilusión? -me preguntó.
-He venido de Londres -le dije-. Quiero ver a Singanee. Quiero ir a su palacio de marfil en lo alto de las montañas de los elfos, donde está el precipicio de amatista.
-No hay nada como cambiar de ilusiones -dijo- para no cansarse. Londres es un lugar magnífico, mas a veces es preferible contemplar las montañas de los elfos.
-Entonces, ¿conoce usted Londres? -pregunté.
-Por supuesto que sí -respondió ella. Puedo soñar lo mismo que usted. No es usted la única persona que puede imaginarse Londres.
Los hombres trabajaban duramente en un jardín; era el momento más caluroso del día y estaban cavando con palas; de repente ella se volvió hacia mí para golpear a uno de ellos en la espalda con una larga vara negra que llevaba consigo.
-Incluso mis poetas van a veces a Londres -me dijo.
-¿Por qué golpea a ese hombre? -pregunté yo.
-Para que trabaje -contestó ella.
-Mas está cansado -le dije yo.
-Ya lo creo -respondió ella.
Y al mirar vi que la tierra era dura y seca, y que cada paletada que el hombre cansado levantaba estaba llena de perlas; mas algunos hombres estaban sentados completamente en silencio, observando las mariposas que revoloteaban por el jardín, y no obstante la vieja bruja no les pegaba con su vara. Y cuando le pregunté quiénes eran los que cavaban, ella me respondió:
-Son mis poetas, están buscando perlas.
-Y cuando le pregunté para qué quería ella tantas perlas, me contesto:
-Para alimentar a los cerdos, por supuesto.
-¿Les gustan las perlas a los cerdos? -pregunté yo.
Claro que no -respondió ella. Y habría insistido más en la cuestión, mas aquel viejo gato negro había salido de la casa y me estaba mirando caprichosamente sin decir palabra, por lo que comprendí que estaba haciendo preguntas absurdas. Y es su lugar pregunte por qué algunos poetas estaban ociosos, contemplando mariposas, sin que ella les pegara.
-Las mariposas -respondió ella- saben dónde se esconden las perlas, y esos poetas que parecen ociosos en realidad están esperando que alguna de ellas se pose encima del tesoro escondido. No se puede cavar sin saber dónde.
Y de repente un fauno salió de un bosque de rododendros y empezó a bailar encima de un disco de bronce en el que había un surtidor; y el sonido que producían sus pezuñas al danzar sobre el bronce era tan hermoso como el de las campanas.
-Llamada al té -dijo la bruja. Y todos los poetas arrojaron al suelo sus palas y la siguieron al interior de la casa, y yo les seguí a ellos, mas en realidad la bruja y todos nosotros seguíamos al gato negro, el cual arqueó el lomo y levantó el rabo, y caminó por el sendero de tilos esmaltados de azul, y atravesó el porche de techo negro y la abierta puerta de roble, y entró en una pequeña habitación en donde estaba preparado el té. Y en los jardines las flores comenzaron a cantar y la fuente hizo tintinear el disco de bronce. Y me enteré de que la fuente provenía de otro mar desconocido, y a veces lanzaba al aire fragmentos dorados procedentes de naufragios de galeones desconocidos, hundidos por las tormentas en algún mar que no se encuentra en ninguna parte del mundo, o hechos pedazos en guerras libradas contra no se sabe quién. Algunos dijeron que había sal a causa del mar y otros que la sal estaba mezclada con lágrimas de marineros. Y algunos poetas sacaron grandes flores de sus jarrones y arrojaron sus pétalos por toda la habitación, mientras otros dos hablaban a la vez y los demás cantaban.
-¡Vaya!, después de todo sólo son niños -dije.
-¡Sólo niños! -repitió la bruja, mientras se servía vino de primavera.
-Sólo niños -exclamó el viejo gato negro. Y todos se rieron de mí.
-Sinceramente me disculpo -dije-. No quise decir eso. No pretendía insultar a nadie.
-¡Vaya!, no sabe usted nada en absoluto -dijo el viejo gato negro. Y todo el mundo rió hasta que los poetas se fueron a acostar.
Y entonces eché una ojeada a los campos que conocemos, y me volví hacia la otra ventana que mira a las montañas de los elfos. Y el atardecer semejaba un zafiro. Y aunque los campos empezaban a difuminarse, encontré el camino y subí las escaleras y atravesé el salón de la bruja y salí al exterior, y aquella noche fui al palacio de Singanee.
En el palacio de marfil las luces brillaban en cada panel de cristal, pues ninguna ventana tenía cortinas. Los sonidos eran los de una danza triunfal. Muy obsesionante era, en efecto, el zumbido del fagot; y los golpes esgrimidos por un hombre enérgico sobre el enorme y sonoro tambor eran como el peligroso anticipo de alguna bestia al galope. Me parecía estar escuchando, ya musicada, la contienda de Singanee con el más que colosal destructor de Perdóndaris. Y cuando caminaba a oscuras a lo largo del precipicio de amatista, de repente descubrí un puente blanco de tramo curvo que lo atravesaba. Era un colmillo de marfil. Y lo supe por el triunfo de Singanee. Supe que había sido arrastrado mediante cuerdas para salvar el abismo, era similar a la puerta de marfil que hubo una vez en Perdóndaris y fue responsable de la destrucción de aquella famosa ciudad, con todas sus torres, murallas y gente. Habían empezado ya a vaciarlo y a tallar en sus costados figuras humanas de tamaño natural. Lo crucé y, a la mitad del camino, en el punto más bajo de la curva, me encontré con algunos de los tallistas profundamente dormidos. Al otro lado del precipicio, junto al palacio, hallábase el extremo más grueso del colmillo y descendí por una escala que se apoyaba en él, pues todavía no habían tallado escalones.
El exterior del palacio de marfil era como yo había supuesto y el centinela que vigilaba la puerta dormía profundamente; y aunque le pedí permiso para entrar, él únicamente murmuró una bendición a Singanee y volvió a quedarse dormido. Era evidente que había estado bebiendo bak. En el interior del vestíbulo de marfil me encontré con servidores que me dijeron que esa noche ningún forastero sería bien recibido porque celebraban el triunfo de Singanee. Y me ofrecieron a beber bak para conmemorar su esplendor, mas yo no conocía su poder ni su efecto sobre los humanos, por lo que les dije que había jurado a un dios no beber nada gratificante; y ellos me preguntaron si no podría aplacar a ese dios con oraciones, a lo que yo contesté: "De ninguna manera", y me dirigí hacia el baile; y ellos se compadecieron de mí e insultaron amargamente a aquel dios, creyendo que eso me agradaría, y a continuación se pusieron a beber a mayor gloria de Singanee. Al otro lado de las cortinas que separaban el recinto de baile había un chambelán, y cuando le dije que, aunque forastero, era bien conocido de Mung y Sish y Kib, los dioses de Pegana, cuyos signos hice, me dio la bienvenida. Le pregunté si mis vestidos no serían inadecuados a tan augusta ocasión, y él me juró por la lanza que había matado al destructor de Perdóndaris que Singanee encontraría vergonzoso que un forastero conocido de los dioses entrara en la sala de baile inapropiadamente vestido; y por tanto me condujo a otra habitación y sacó trajes de seda de un cofre de basto roble negro con cierres de cobre adornados con unos zafiros pálidos, y me rogó que eligiera un traje apropiado. Yo elegí una túnica verde brillante con ropa interior azul pálido y un talabarte también azul pulido. Me puse además una capa de color púrpura, ribeteada con dos delgadas cintas azul oscuro y una hilera de grandes zafiros cosidos entre ellas a todo largo, que me colgaba por detrás. Tampoco me habría permitido el chambelán de Singanee que cogiera algo de menos valor, pues decía que ni siquiera a un forastero se le podía permitir aquella noche que fuera un obstáculo para la munificencia de su amo, el cual se complacía en ejercerla en honor de su victoria. Tan pronto como estuve ataviado, nos dirigimos a la sala de baile y lo primero que vi en aquella centelleante sala de techo alto fue la descomunal figura de Singanee, de pie entre los bailarines, cuyas cabezas no sobrepasaban la cintura de aquél. Llevaba descubiertos los enormes brazos que habían sostenido la lanza que había vengado a Perdóndaris. El chambelán me condujo hasta él y yo me incliné y le dije que agradecía a los dioses a los que él había pedido protección. Y él me respondió que había oído hablar bien de esos dioses a los que solían rezar, mas esto lo dijo únicamente por cortesía, ya que no los conocía.
Singanee iba vestido con sencillez y únicamente llevaba en su cabeza una simple cinta dorada que evitaba que el cabello le cayera por la frente, cuyos extremos estaban sujetos atrás con un lazo de seda púrpura. Y todas sus reinas llevaban magníficas coronas, aunque no sabía si habían sido coronadas como reinas de Singanee o si fueron atraídas allí desde sus tronos en países remotos por admiración hacia él y su esplendor.
Todos los allí presentes llevaban vestidos de brillantes colores e iban descalzos, pues la costumbre del calzado era desconocida en aquellas regiones. Y cuando vieron que los dedos gordos de mis pies estaban deformados según la moda europea, torcidos hacia adentro en lugar de estar derechos, alguno me preguntó amablemente si me había acontecido algún accidente. Y en vez de contarle sinceramente que la deformación del dedo gordo del pie era una costumbre nuestra que nos agradaba, le dije que se trataba de una maldición de un dios malvado a quien había descuidado de ofrecer bayas durante mi infancia. Y hasta cierto punto me justifiqué, pues el Convencionalismo es un dios aunque sus modales sean perversos; y si les hubiera contado la verdad, no me habrían comprendido. Me dieron por compañera de baile a una dama de gran belleza, la cual me contó que se llamaba Saranoora y era una princesa del Norte que había sido ofrecida como tributo al palacio de Singanee. Y en parte bailaba como los europeos y en parte como las hadas del yermo, las cuales, según la leyenda, atraen a los viajeros extraviados hacia su perdición. Y si pudiera sacar de sus tierras a treinta de esos paganos, de largos cabellos negros y ojos pequeños de elfo, y pudiera hacerles tocar sus instrumentos musicales, desconocidos incluso para el rey Nebichadnezzar, interpretando al anochecer cerca de tu casa aquellas melodías que escuché en el palacio de marfil, quizá comprenderías, apreciado lector, la belleza de Saranoora, y el fulgor de luces y colores de aquella formidable sala, y el ágil movimiento de aquellas misteriosas reinas que bailaban en torno a Singanee. Entonces, gentil lector, dejarías de serlo, pues los pensamientos que corren como leopardos en estas lejanas y salvajes tierras saltarían al interior de tu cabeza aunque estuvieras en Londres, sí, incluso en Londres: te alzarías y golpearías con tus manos la pared con sus preciosos dibujos de flores, en la esperanza de que los ladrillos se rompieran, revelándote el camino que conduce al palacio de marfil, junto al precipicio amatista donde habitan los dragones dorados. Pues lo mismo que ha habido hombres que han quemado prisiones para que los prisioneros pudieran escapar, esos oscuros músicos son tan incendiarios que atizan peligrosamente a su clientela a fin de que puedan liberarse los pensamientos prendidos con alfileres. No tengas miedo ni permitas que tus mayores lo tengan. No interpretaré esas melodías en ninguna de las calles conocidas. No traeré aquí a esos extraños músicos; únicamente susurraré el camino que conduce al País del Sueño, y sólo unos pocos pies delicados lo encontrarán, y soñaré en solitario con la belleza de Saranoora y a veces suspiraré.
Seguimos bailando sin cesar a la voluntad de los treinta músicos, mas cuando las estrellas palidecieron y la brisa del amanecer agitó los últimos estertores de la noche, entonces Saranoora, la princesa del Norte, me condujo a su jardín. Había allí sombrías arboledas que llenaban de perfume la noche y protegían sus misterios del alba naciente. En aquel jardín flotaba a nuestro alrededor la triunfal melodía de aquellos oscuros músicos, cuyo origen no podían adivinar los que allí moraban y conocían el País del Sueño. Sólo en una ocasión volvió a cantar el pájaro tolulu, pues el regocijo de aquella noche le había asustado y estuvo callado. Una vez más le oímos cantar en alguna remota arboleda, pues los músicos descansaban y nuestros pies descalzos no hacían ruido; por un momento oímos a aquella ave con la que una vez soñó nuestro ruiseñor, transmitiendo la tradición a su prole. Y Saranoora me contó que le había puesto el nombre de Hermana Canora; mas no conocía el nombre de los músicos, que en ese momento tocaban de nuevo, pues nadie sabía quiénes eran ni de qué país procedían. Entonces alguien cantó en la oscuridad, muy cerca de nosotros, acompañado de un instrumento de cuerda, la historia de Singanee y su lucha contra el monstruo. Y de pronto le vimos, sentado en el suelo, cantando a la noche la arremetida de la lanza que había traspasado el descomunal corazón del destructor de Perdóndaris. Y nos detuvimos un rato y le pregunté quién había presenciado aquella memorable contienda, y él me respondió que nadie a excepción de Singanee y de aquel cuya pezuña había dispersado Perdóndaris, y que ahora este último estaba muerto. Y cuando le pregunté si Singanee le había relatado la contienda, él me dijo que aquel arrogante cazador jamás diría una sola palabra del asunto, y que por tanto su extraordinaria proeza era ahora cosa de los poetas, a quienes quedaba confiada para siempre; y volvió a tocar su instrumento de cuerda y siguió cantando.
Cuando el collar de perlas que Saranoora llevaba al cuello comenzó a brillar, comprendí que el amanecer se aproximaba y que aquella memorable noche casi había pasado. Y finalmente abandonamos el jardín y fuimos al abismo a contemplar la salida del sol en el desfiladero amatista. Al principio el astro iluminó la belleza de Saranoora, mas luego coronó el mundo y encendió aquellos riscos de amatista hasta deslumbrarnos, y nos apartamos de allí y vimos al artesano ahuecando el colmillo y tallando en él una balustrada formada por una bella comitiva de figuras. Y los que habían bebido bak comenzaron a despertarse y abrieron sus asombrados ojos ante el precipicio de amatista, y se los frotaron y los apartaron. Y entonces aquellos maravillosos reinos de la canción, que los oscuros músicos habían establecido a lo largo de la noche mediante acordes mágicos, volvieron a desvanecerse bajo la influencia de aquel antiguo silencio que regía ante los dioses; y los músicos se envolvieron en sus capas y cubrieron sus maravillosos instrumentos y se marcharon sigilosamente a los llanos; y nadie se atrevió a preguntarles si volverían, o por qué vivían allí, o a qué dios servían. Y el baile se interrumpió y todas las reinas se marcharon. Y entonces la esclava salió de nuevo por una puerta y vació en el abismo su canasto de zafiros, como la había visto hacer anteriormente. La hermosa Saranoora dijo que aquellas importantes reinas nunca se ponían sus zafiros más de una vez, y que cada mediodía un mercader de las montañas les vendía nuevas piezas para la velada correspondiente. Sin embargo, sospecho que algo más que la extravagancia subyace en el fondo de esta acción, aparentemente derrochadora, de arrojar los zafiros al abismo, pues en las profundidades de éste se encontraban esos dragones dorados de los cuales nada parece saberse. Y pensé, y todavía sigo pensándolo, que Singanee, aun encontrándose en guerra con los elefantes, con cuyos colmillos había construido su palacio, conocía bien e incluso temía a esos dragones del abismo, y que tal vez valorase aquellas inapreciables joyas menos que a sus reinas, y quisiera pagar tributo a los dragones dorados de la misma manera que él recibía hermosas ofrendas de otros tantos países por medio de su lanza. No pude ver si los dragones tenían alas; ni podía asegurar que, en el caso que las tuvieran, fueran capaces de soportar ese peso de oro macizo; ni tampoco sabía por qué caminos podrían deslizarse a través del abismo. Y no sé de qué le servirían los zafiros a un dragón dorado, o a una reina. Únicamente me parece extraño que arrojaran tal profusión de joyas por orden de un hombre que no tenía nada que temer, y que éstas cayeran al abismo al alba, despidiendo destellos y cambiando de color.
No sé cuánto tiempo nos quedamos allí observando la salida del sol sobre aquellas extensiones de amatista. Y es extraño que aquel fabuloso prodigio no me afectara más de lo que lo hizo, mas tenía la mente deslumbrada por la fama de aquél, y los ojos cegados por el resplandor del amanecer, y, como suele suceder, pensaba más en cosas insignificantes, y recuerdo haber contemplado el nacimiento del día en el solitario zafiro que Saranoora lucía en un anillo que llevaba en el dedo. Luego, cuando la brisa del amanecer la rodeaba, dijo que tenía frío y regresó al palacio de marfil. Y temí no poder volver a verla nunca más, pues el tiempo transcurre de manera diferente en el País del Sueño que en el mundo que conocemos, al igual que las corrientes marinas se desplazan según direcciones distintas, llevando barcos a la deriva. Y al llegar a la puerta del palacio de marfil me volví para despedirme y, sin embargo, no encontré palabras apropiadas. Y ahora, cuando a veces me encuentro en otras tierras, me paro a pensar en las muchas cosas que quise decir. Sin embargo, lo único que dije fue: "Ojalá nos volvamos a encontrar". Y ella respondió que era probable que nos encontrásemos a menudo, pues el permitirlo era poca cosa para los dioses, ignorando que los dioses del País del Sueño tienen poco poder sobre los mundos que conocemos. Luego traspasó la puerta. Y yo, después de cambiada la vestimenta que el chambelán me diera por mi propia ropa, abandoné la hospitalidad del poderoso Singanee, y me dirigí de vuelta al mundo que conocemos. Me crucé con aquel enorme colmillo que había supuesto el fin de Perdóndaris y encontré a los artistas que lo estaban tallando; y mientras pasaba, algunos de ellos, a modo de saludo, alabaron a Singanee, y en respuesta rendí honores a su nombre. Aunque la luz del nuevo día todavía no había penetrado completamente hasta el fondo del abismo, la oscuridad estaba cediendo paso a una niebla púrpura y pude vislumbrar vagamente a un dragón dorado. Luego miré en dirección al palacio de marfil y, al no ver a nadie en las ventanas, me alejé con tristeza; y, siguiendo el camino que sabía, atravesé el desfiladero entre las montañas y descendí por sus laderas hasta divisar de nuevo la cabaña de la bruja. Y cuando me dirigí a la ventana más alta a fin de contemplar el mundo que conocemos, la bruja me habló. Mas yo estaba enfadado, como si acabara de despertarme, y no le contesté. Más tarde el gato me preguntó a quién había encontrado, y yo le respondí que en el mundo que conocemos los gatos se mantienen en su lugar y no hablan a los hombres. Y luego bajé las escaleras y salí directamente por la puerta, dirigiéndome a Go-by Street.
-Se ha equivocado usted de camino -gritó la bruja desde la ventana.
Y efectivamente, hubiera preferido volver de nuevo al palacio de marfil, pero no tenía derecho a abusar más de la hospitalidad de Singanee, y no es posible quedarse para siempre en el País del Sueño; además, ¿qué sabía aquella bruja del mundo que conocemos o de las pequeñas aunque numerosas trampas que se tienden a nuestros pies allá abajo? Así es que no le presté atención y seguí adelante, y llegué a Go-by Street. Vi la casa de la puerta verde a mitad de camino de la calle, mas creyendo que al final de ésta estaba más cerca del Embankment, en donde había dejado mi bote, probé la primera puerta que encontré, que correspondía a una cabaña con techo de paja como las demás, con unas pequeñas agujas doradas en la cumbrera del tejado y extraños pájaros sentados arreglándose las plumas. La puerta se abrió y me sorprendió encontrarme a mí mismo en lo que parecía una cabaña de pastor; un hombre sentado en un tronco en el interior de una humilde y sombría habitación se dirigió a mí en una lengua extraña; murmuré algo y salí corriendo a la calle. El tejado de la casa estaba cubierto de paja tanto en la fachada como por detrás. No había agujas doradas en la fachada, ni maravilloso pájaros; mas tampoco había acera. Había una hilera de casas, establos y cobertizos, mas ninguna otra señal de ciudad. A lo lejos vi una o dos aldeas. Sin embargo, ahí estaba el río, sin duda el Támesis, pues tenía la anchura de ese río y todos sus meandros, si es posible imaginar el Támesis en aquel lugar concreto sin estar rodeado de calles, sin ningún puente, y con el Embankment desplomado. Comprendí qué me había ocurrido, permanentemente y a la luz del día, lo que suele sucederle a los hombres, aunque más a menudo a los niños, cuando se despiertan antes del amanecer en alguna habitación extraña y ven una alta ventana gris donde debía estar la puerta y objetos desconocidos en lugares impropios, y pese a saber dónde se encuentran ignoran cómo es posible que el sitio ofrezca ese aspecto.
Luego pasó a mi lado un rebaño de ovejas con la apariencia de siempre, mas el hombre que las dirigía lucía una extraña mirada extraviada. Le hablé y él no me entendió. Luego bajé el río a comprobar si mi bote estaba en el mismo sitio en donde lo había dejado; en el cieno (pues la marea estaba baja) vi un trozo semienterrado de madera ennegrecida, que bien podía haber sido parte de un bote, mas no lo pude reconocer. Empecé a pensar que me había perdido. Sería extraño venir de lejos a ver Londres y no poder encontrarla entre todos los caminos que hasta allí conducen; mas a mí me parecía que había estado viajando en el Tiempo y me había perdido entre los siglos. Y cuando vagaba por las colinas cubiertas de hierba, encontré un mausoleo hecho de zarzas y con techo de paja, y vi en su interior un león más deteriorado por el tiempo que la Esfinge de Gizeh; y cuando lo reconocí como uno de los cuatro de Trafalgar Square, entonces comprendí que andaba perdido por el futuro y varios siglos con sus traicioneros años me separaban de todo lo que había conocido. Y entonces me senté en la hierba junto a las deterioradas patas del león para reflexionar sobre lo que debía hacer. Y decidí regresar por Go-by Street y, dado que no había dejado nada que me atara al mundo conocido, ofrecerme como sirviente en el palacio de Singanee, y volver a contemplar el rostro de Saranoora y aquellos fabulosos amaneceres de amatista sobre el abismo donde juegan los dragones dorados. Y no me quedé más tiempo buscando vestigios de las ruinas de Londres; pues la contemplación de cosas maravillosa produce poco placer si no existe alguien a quien poder contarlas o asombrar.
Así es que volví inmediatamente a Go-by Street, la pequeña hilera de chozas, y no encontré ninguna otra prueba de la existencia de Londres que un león de piedra. Esta vez acerté con la casa. Estaba muy cambiada y se parecía más a una de esas chozas que pueden verse en Salisbury Plain que a una tienda en la ciudad de Londres; mas di con ella a base de ir contando las casas de la calle, ya que todavía quedaba una hilera de casas aunque las aceras y la ciudad hubieran desaparecido. Y todavía era una tienda. Una tienda muy diferente a la que yo conocí, aunque tenía mercancías a la venta: cayados de pastor, comestibles y toscas hachas. Y había un hombre con el pelo largo, vestido con pieles. No le hablé pues no conocía su lengua. Me dijo algo que me sonó a algo así como "Everkike". No entendí su significado, mas cuando miró una de sus pistolas, caí en la cuenta y comprendí que Inglaterra todavía era Inglaterra, que todavía no la habían conquistado, y que, aunque se habían cansado de Londres, todavía se aferraban a su país. Pues las palabras que el hombre había pronunciado fueron "Av er kike", por lo que comprendí que aquel mismo dialecto cockney que los antiguos llevaron a tierras lejanas todavía se hablaba en su lugar de nacimiento, y que ni la política ni sus enemigos lo habían destruido después de todos esos miles de años. Nunca me había gustado el dialecto cockney, dada mi arrogancia de irlandés acostumbrado a oír un magnífico inglés isabelino tanto de los pobres como de los ricos; por tanto, cuando escuché estas palabras me escocieron los ojos como si estuviera a punto de llorar; me recordaban lo lejos que me encontraba. Imagino que me quedé callado un rato. De repente comprendí que el hombre que se encargaba de la tienda se había quedado dormido. Su manera de ser parecía, extrañamente, la de un hombre que de seguir vivo tendría más de mil años (a juzgar por el aspecto deteriorado del león). Mas entonces, ¿qué edad tendría yo?. Está claro que el Tiempo pasa más rápido o más lento en el País del Sueño que en el mundo que conocemos. Pues los muertos, incluso los más antiguos, reviven en nuestros sueños; y un soñador pasa por los acontecimientos del día en sólo un segundo del reloj de Town-Hall. Sin embargo, la lógica no me ayudó y estaba desconcertado. Mientras el anciano dormía -extrañamente su rostro se parecía al del anciano que me había mostrado por primera vez la pequeña puerta trasera-, me dirigí al fondo de la tienda. Había una especie de puerta con goznes de cuero. La abrí y me encontré de nuevo con el cartel de la trastienda: al menos la parte de atrás de Go-by Street no había cambiado. La calle parecía fantástica y distante con sus flores púrpura y sus agujas doradas, y la desolación de la acera de enfrente; sin embargo, respiré más tranquilo al volver a ver algo que ya había visto antes. Pensé que había perdido para siempre el mundo que conocía, y ahora que me encontraba de nuevo a espaldas de Go-by Street sentía menos la pérdida que cuando estaba donde deberían estar los objetos familiares. Recordé lo que había dejado en el vasto País del Sueño y pensé en Saranoora. Y cuando volví a divisar las cabañas me sentí menos aislado todavía al pensar en el gato, aunque por lo general el animal se reía de lo que yo decía. Y lo primero que le dije a la bruja cuando la vi fue que había perdido el mundo y regresaba por el resto de mis días al palacio de Singanee. Y lo primero que ella me dijo fue:
-¡Vaya! Se equivocó usted de puerta.
Lo dijo amablemente, pues comprendía lo infeliz que yo era. Y yo le contesté:
-Sí, mas es la misma calle. Toda ella está cambiada y Londres ha desaparecido y la gente que solía conocer y las casas en las que solía dormir, y todo; estoy harto.
-¿A dónde quería usted ir por esa puerta errónea? -dijo ella.
-¡Oh!, eso da lo mismo -contesté.
-¿De veras? -dijo ella de un modo contradictorio.
-Bueno, quería llegar al final de la calle para encontrar rápidamente mi bote en el Embankment. Y ahora mi bote... y el Embankment... y...
-Alguna gente tiene siempre tanta prisa -dijo el viejo gato negro. Y me sentí tan desdichado que no logré enfadarme y no añadí nada más.
Y la vieja bruja dijo:
-¿A dónde quiere ir ahora?
Parecía una niñera dirigiéndose a un niño pequeño. Y yo le respondí:
-No tengo dónde ir.
Y ella respondió:
-¿Preferiría volver a casa o ir al palacio de Singanee?
Y yo le respondí:
-Me duele la cabeza y no quiero ir a ninguna parte, estoy cansado del País del Sueño.
-Entonces suponga que intenta entrar por la puerta apropiada.
-De nada serviría -contesté-. Todos han muerto y desaparecido, ahora aquí venden bollos.
-¿Qué sabe usted del Tiempo? -preguntó.
-Nada -respondió el viejo gato negro, a pesar de que nadie se había dirigido a él.
-¡Váyase! -dijo la vieja bruja.
De manera que me volví y me dirigí de nuevo a Go-by Street. Estaba muy cansado.
-¿Qué sabe de él? -dijo a mis espaldas el viejo gato negro. Sabía lo que iba a decirme después. Aguardé un momento y luego le dije:
-Nada.
Cuando miré por encima del hombro, el animal se dirigía a la cabaña contoneándose. Y cuando llegué a Go-by Street abrí con indiferencia la puerta por la que acababa de pasar. Me pareció inútil hacerlo, únicamente lo hice por aburrimiento, porque me lo habían mandado. Y nada más entrar, vi que todo era como antaño, y que el anciano soñoliento que allí se encontraba vendía ídolos. Compré una vulgar pieza, que en realidad no quería comprar, por el mero placer de ver los artículos acostumbrados. Y cuando me alejé de Go-by Street, que seguía siendo la de siempre, lo primero que vi fue un taxi colisionando con un cabriolé. Me descubrí y ovacioné. Y fui al Embankment y allí estaba mi bote, y el majestuoso río, repleto de suciedad como de costumbre. Y volví a remar y compré una revista barata (al parecer había estado fuera todo un día) y la leí de punta a rabo -incluyendo los avisos de remedios patentados para enfermedades incurables- y decidí pasear, tan pronto como descansara, por todas las calles que me eran familiares y visitar a todas mis amistades, y conformarme para siempre con el mundo que conocemos.



LA ESPADA DE WELLERAN -- LORD DUNSANY





LA ESPADA DE WELLERAN
LORD DUNSANY

Donde la gran llanura de Tarphet asciende, como el mar por los esteros, entre las Montañas Ciresias, se levantaba desde hace ya mucho la ciudad de Merimna casi bajo la sombra de los escarpados. Nunca vi en el mundo ciudad tan bella como me pareció Merimna cuando por primera vez soñé con ella. Era una maravilla de chapiteles y figuras de bronce, de fuentes de mármol, trofeos de guerras fabulosas y amplias calles consagradas a la belleza. En el centro mismo de la ciudad se abría una avenida de quince zancadas de ancho y a cada uno de sus lados se alzaba la imagen en bronce de los Reyes de todos los países de que hubiera tenido noticia el pueblo de Merimna. Al cabo de esa avenida se encontraba un carro colosal tirado por tres caballos de bronce que conducía la figura alada de la Fama y tras ella, en el carro, se erguía la talla formidable de Welleran. El antiguo héroe de Merimna estaba de pie con la espada en alto. Tan perentorios eran el porte y la actitud de la Fama y tan urgida la pose de los caballos que se hubiera jurado que en un instante el carro estaría sobre uno y que el polvo velaría ya el rostro de los Reyes. Y había en la ciudad un poderoso recinto en el que se almacenaban los trofeos de los héroes de Merimna. Esculpida estaba allí bajo un domo la gloria del arte de los mamposteros, desde hace ya muertos, y en la cúspide del domo se alzaba la imagen de Rollory que miraba por sobre las Montañas Ciresias las anchas tierras que conocieron su espada. Y junto a Rollory, como una vieja nodriza, se alzaba la figura de la Victoria que a golpes de martillo fabricaba para su cabeza una dorada guirnalda con las coronas de los reyes caídos.
Así era Merimna, ciudad de Victorias esculpidas y de guerreros de bronce. Empero, en el tiempo del que escribo, el arte de la guerra se había olvidado en Merimna y su pueblo estaba casi adormecido. A todo lo largo recorrían las calles contemplando los monumentos levantados a las cosas logradas por las espadas de su país en manos de los que en tiempos remotos habían querido bien a Merimna. Casi dormían y soñaban con Welleran, Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine. De las tierras de más allá de las montañas que los rodeaban por todas partes, ellos nada sabían, salvo que habían sido teatro de las terribles hazañas de Welleran, hechas cada cual con su espada. Desde hacía ya mucho estas tierras había vuelto a ser posesión de las naciones flageladas por los ejércitos de Merimna. Nada quedaba ahora a los hombres de Merimna, salvo su ciudad inviolada y la gloria del recuerdo de su antigua fama. Por la noche apostaban centinelas adentrados bastante en el desierto, pero éstos se dormían siempre en sus puestos y soñaban con Rollory, y tres veces cada noche, una guardia marchaba en torno de la ciudad vestidos de púrpura, con luces en alto y cantos consagrados a Welleran en la voz. La guardia estaba siempre desarmada, pero cuando el eco del sonido de la canción llegaba por la llanura a las vagas montañas, los ladrones del desierto oían el nombre de Welleran y se refugiaban silenciosos en sus guaridas. A menudo avanzaba la aurora por el llano, resplandeciendo maravillosa en los chapiteles de Merimna, abatiendo a todas las estrellas, y encontraban todavía a la guardia que entonaba el canto a Welleran, y cambiaba el color de sus vestidos púrpuras y empalidecía las luces que portaban. Pero la guardia volvía dejando a salvo las murallas y, uno por uno, los centinelas despertaban y Rollery se desvanecía de su sueño; y volvían ateridos caminando con fatiga a la ciudad. Entonces parte de la amenaza se desvanecía del rostro de las Montañas Ciresias, de la del Norte, la del Oeste y la del Sur, que miraban sobre Merimna, y claros en la mañana se levantaban los pilares y las estatuas en la vieja ciudad inviolada. Puede que quizás asombre que una guardia inerme y centinelas dormidos fueran capaces de defender una ciudad en la que se atesoraban todas las glorias del arte, que era rica en oro y bronce, una altiva ciudad que otrora oprimiera a sus vecinas y cuyo pueblo había olvidado el arte de la guerra. Pues bien, esto es la razón por la que, aunque todas las otras tierras le habían sido quitadas desde hacía ya mucho la ciudad de Merimna se encontraba a salvo Algo muy extraño creían o temían las tribus feroces de más allá de las montañas, y era ella que en ciertas estaciones de las murallas de Merimna todavía rondaban Welleran Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine. Sin embargo, iban a cumplirse ya cien años desde que Iranie, el más joven de los héroes de Merimna había librado la última de sus batallas contra las tribus.
A veces, a decir verdad, había jóvenes en las tribus que dudaban y decían:
¿Cómo es posible que un hombre escape por siempre a la muerte?
Pero hombres más graves les respondían:
Escuchadnos, vosotros de quienes la sabiduría ha logrado discernir tanto, y discernid por nosotros como es posible que un hombre escape a la muerte cuando dos veintenas de jinetes cargan sobre él blandiendo espadas, juramentados todos a matarlo, y juramentados todos a hacerlo por los dioses de su país; como a menudo Welleran lo ha hecho. O discernid por nosotros cómo pueden dos hombres solos entrar en una ciudad amurallada por la noche y salir de ella con su rey, como lo hicieron Soorenard y Mommolek. Sin duda hombres que han escapado a tantas espadas y a tantas dagas voladoras sabrán escapar a los años y al Tiempo.
Y los jóvenes quedaban humillados y guardaban silencio. Con todo, la sospecha ganó fuerza. Y a menudo cuando el sol se ponía en las Montañas Ciresias, los hombres de Merimna discernían las formas de los salvajes de las tribus que, recortadas negras sobre la luz, atisbaban la ciudad.
Todos sabían en Merimna que las figuras en torno a las murallas eran sólo estatuas de piedra, no obstante, unos pocos aún abrigaban la esperanza de que algún día sus viejos héroes volverían, pues, por cierto, nunca nadie los había visto morir. Ahora bien, había sido costumbre de estos seis guerreros de antaño, al recibir cada uno la última herida y saberla mortal, cabalgar hacia cierta profunda barraca y arrojar su cuerpo en ella, como lo hacen los elefantes, según leí en alguna parte, para ocultar sus huesos de las bestias menores. Era una barranca empinada y estrecha aun en sus extremos, una gran hendidura a la cual nadie tenia acceso por sendero alguno. Hacia allí cabalgó Welleran, solitario y jadeante; y hacia allí más tarde cabalgaron Soorenard y Mommolek, Mommolek mortalmente herido, para no volver, pero Soorenard estaba ileso y volvió solo después de dejar a su querido amigo descansando entre los huesos poderosos de Welleran. Y hacia allí cabalgó Soorenard cuando llegó su día, con Rollory y Akanax, y Rollory iba en el medio y Soorenard y Akanax a los lados. Y la larga cabalgata fue dura y fatigosa para Soorenard y Akanax porque ambos estaban heridos mortalmente; pero la larga cabalgata fue sencilla para Rollory, porque estaba muerto. De modo que los huesos de estos cinco héroes se blanquearon en tierra enemiga y muy aquietados estaban aunque fueron perturbadores de ciudades, y nadie sabía dónde yacían excepto Iraine, el joven capitán, que sólo contaba veinticinco años cuando cabalgando Mommolek, Rollery y Akanax. Y entre ellos estaban esparcidas sus monturas y sus riendas y los avíos de sus caballos para que nadie nunca los encontrara luego y fuera a decir en una ciudad extranjera:
He aquí las riendas o las monturas de los capitanes de Merimna, cobradas en la guerra.
Pero a sus fieles caballos amados dejaron en libertad.
Cuarenta años más tarde, en ocasión de una gran victoria, la última herida se le abrió a Iraine, y esa herida era terrible y de ningún modo quería cerrar. E Iraine era el último de los capitanes y cabalgó solo. Era largo el camino hasta la oscura barranca e Iraine temía no llegar nunca al lugar de descanso de los viejos héroes, e instaba a su caballo a ir más de prisa y se aferraba con las manos a la montura. Y a menudo mientras cabalgaba se adormecía y soñaba con días de otrora y con los tiempos en que por primera vez cabalgó a las grandes guerras de Welleran y con la ocasión en que Welleran le dirigió la palabra por primera vez, y con el rostro de los camaradas de Welleran cuando cargaban en batalla. Y toda vez que despertaba un hondo anhelo le embargaba el alma al revolotearle ésta al borde del cuerpo, el anhelo de yacer entre los huesos de los viejos héroes. Por fin, cuando vio la barranca oscura que trazaba una cicatriz a través del llano, el alma de Iraine se deslizó por la gran herida y tendió las alas y el dolor desapareció del pobre cuerpo tajado y, aún instando al apuro a su caballo, Iraine murió. Pero su viejo y fiel caballo galopó todavía hasta que de pronto vio delante de sí la oscura barranca y clavó las manos en su borde mismo y se detuvo. Entonces el cuerpo de Iraine cayó hacia adelante por sobre la derecha del caballo, y sus huesos se mezclan y descansan al transcurrir los años con los huesos de los héroes de Merimna.
Ahora bien, había un niñito en Merimna llamado Rold. Lo vi por primera vez, yo el soñador, sentado dormido junto al fuego, lo vi por primera vez en ocasión en que su madre lo llevaba a recorrer el gran recinto en que se guardaban los trofeos de los héroes de Merimna. Tenía cinco años y estaba allí de pie delante del gran cofre de cristal que guardaba la espada de Welleran y su madre dijo:
La espada de Welleran.
Y Rold preguntó:
¿Qué debe hacerse con la espada de Welleran?
Y su madre le respondió:
Los hombres miran la espada y recuerdan a Welleran.
Y siguieron camino y se detuvieron delante de la gran capa roja de Welleran y el niño preguntó:
¿Por qué llevaba Welleran esta gran capa roja?
Y su madre le respondió:
Así prefería él hacerlo.
Cuando Rold fue algo mayor, abandonó la casa de su madre silencioso en medio de la noche mientras todo el mundo estaba acallado y Merimna dormía soñando con Welleran, Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine. Y descendió a las murallas para escuchar a la guardia vestida de púrpura que marchaba cantando cantos a Welleran. Y la guardia vestida de púrpura llegó con sus luces, todos cantando en el silencio, y las formas oscuras que se deslizaban por el desierto, se volvieron y huyeron. Y Rold volvió a casa de su madre sintiendo un vivo anhelo despertado por el nombre de Welleran, como el anhelo que sienten los hombres por las cosas muy sagradas.
Y con el tiempo Rold llegó a conocer el camino en torno a las murallas y a las seis estatuas ecuestres que guardaban allí a Merimna inmóviles. Estas estatuas no se asemejaban a ninguna otra: estaban talladas tan hábilmente en mármoles multicolores, que nadie podía estar seguro, hasta no encontrarse muy cerca, de que no fueran hombres con vida. Había un caballo de mármol moteado: el caballo de Akanax. El caballo de Rollory era de puro alabastro blanco, su armadura había sido tallada en una piedra que resplandecía y la capa del jinete estaba hecha de piedra azul, muy preciosa. Miraba hacia el Norte.
Pero el caballo de mármol de Welleran era perfectamente negro, y sobre él montaba Welleran, que miraba solemne hacia el Oeste. Era el de su caballo el cuello que prefería acariciar Rold, y era a Welleran a quien con más claridad veían quienes se acercaban al ponerse el sol en las montañas a atisbar la ciudad. Y Rold amaba las ventanas de la nariz del gran caballo negro y la capa de jaspe de su jinete.
Ahora bien, más allá de las Montañas Ciresias, crecía la sospecha de que los héroes de Merimna estaban muertos y se concibió el plan de que un hombre debía ir en la noche y acercarse a las figuras apostadas sobre las murallas y comprobar si eran en realidad Welleran, Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine. Y todos accedieron al plan y muchos nombres se mencionaron de quienes deberían ejecutarlo, y el plan fue madurando por muchos años. Y en estos años los vigías se apiñaban a menudo al ponerse el sol en las montañas, pero no se acercaban. Finalmente se trazó un plan mejor y se decidió que a dos hombres a quienes se había condenado a muerte se les concedería el perdón si descendían al llano por la noche y averiguaban si los héroes de Merimna vivían o no. En un principio los dos prisioneros no osaban partir, pero al cabo de un rato uno de ellos, Seejar, dijo a su compañero, Sajar-Ho:
Considéralo: cuando el hachero del Rey hiere el cuello de un hombre, ese hombre muere.
Y el otro afirmó que así era, en efecto. Luego dijo Seejar:
Y aún cuando Welleran hiere a un hombre con su espada, no más le acaece a éste que la muerte.
Entonces Sajar-Ho meditó por un rato. En seguida dijo:
Sin embargo, el ojo del hachero del Rey podría errar en el momento de asestar el golpe o flaquearle el brazo, y el ojo de Welleran no ha errado nunca ni su brazo ha flaqueado. Sería mejor quedarnos aquí
Entonces dijo Seejar:
Quizás ese Welleran esté muerto y algún otro lo reemplaza en su lugar en las murallas o aun una estatua de piedra es el guardián.
A lo cual respondió Sajar-Ho:
¿Cómo puede Welleran estar muerto cuando escapó aún de dos veintenas de jinetes con espadas, juramentados a matarlo y juramentados todos por los dioses de nuestro país?
Y dijo Seejar:
Esta historia de Welleran la contó a mi abuelo su padre. El día que se perdió la batalla en los llanos de Kurlistan vio a un caballo en agonía cerca del río y el caballo miraba dolorosamente el agua, pero no podía llegar a ella. Y el padre de mi abuelo vio a Welleran llegarse a la orilla del río y traer de él agua en sus propias manos que le dio al caballo. Nos encontramos ahora en una situación tan grave como era la de ese caballo y como él tan cerca de la muerte; puede que Welleran se apiade de nosotros, mientras que eso no le es posible al hachero del Rey por causa de la orden que de éste ha recibido.
Entonces dijo Sajar-Ho:
Siempre supiste argüir con astucia. Tú fuiste el que nos trajo a este aprieto con tu astucia y tus artimañas; veremos si puedes sacarnos de él. Iremos.
De modo que la nueva se le transmitió al Rey que los dos prisioneros bajarían a Merimna.
Esa noche los vigilantes los condujeron al borde de la montaña y Seejar y Sajar-Ho bajaron hacia la llanura por el camino de un profundo desfiladero, y los vigilantes custodiaron su partida. En seguida sus figuras quedaron enteramente escondidas en el crepúsculo. Luego vino la noche, inmensa y sagrada, de los marjales baldíos hacia el Este y las tierras bajas y el mar; y los ángeles que guardan a todos los hombres de día cerraron sus grandes ojos y se durmieron; y los ángeles que guardan a todos los hombres de noche, despertaron y desplegaron sus alas azules, se pusieron en pie y velaron. Pero el llano se convirtió en un lugar misterioso habitado de temores. De modo que los dos espías descendieron por el profundo desfiladero y al salir al llano se lanzaron furtivos y veloces campo traviesa. No tardaron en llegar a la línea de centinelas dormidos en la arena y uno de ellos se agitó en sueños e invocó el nombre de Rollory y un gran temor se apoderó de los espías, que susurraron:
Rollory vive.
Pero recordaron al hachero del Rey y siguieron camino. Y luego llegaron a la gran estatua de bronce del Miedo, tallada por algún escultor de los viejos años gloriosos, en la actitud de volar hacia las montañas y llamar al mismo tiempo a sus hijos en su vuelo. Y los hijos del miedo estaban tallados a la imagen de los ejércitos de las tribus transciresias de espaldas a Merimna, con un rebaño en pos del Miedo. Y de donde él estaba montado en su caballo tras las murallas, la espada de Welleran se tendía sobre sus cabezas como siempre había sucedido. Y los dos espías se arrodillaron en la arena y besaron el inmenso pie de bronce del Miedo diciendo:
Oh, Miedo, Miedo.
Y mientras estaban allí arrodillados vieron luces a lo lejos a lo largo de las murallas que iban acercándose más y más y oyeron a los hombres cantar el canto a Welleran. Y la guardia de púrpura se acercó y pasó junto a ellos con sus luces y se perdieron a la distancia todavía cantando el canto a Welleran. Y todo ese tiempo los dos espías estuvieron aferrados al pie de la estatua susurrando:
Oh, Miedo, Miedo.
Pero cuando ya no les fue posible oír el nombre de Welleran, se pusieron en pie, se acercaron a las murallas, treparon a ellas y llegaron sin demora a la figure de Welleran; y se inclinaron hasta el suelo y Seejar dijo:
Oh, Welleran, vinimos a ver si todavía vivías.
Y por lo largo tiempo esperaron con la cara vuelta a tierra. Por fin Seejar miró la terrible espada de Welleran que todavía apuntaba inmóvil hacia los ejércitos esculpidos que iban en pos del miedo. Y Seejar se inclinó nuevamente hasta el suelo y tocó el casco del caballo y le pareció frío. Y deslizó su mano más arriba y tocó la pata del caballo y le pareció totalmente fría. Y por último tocó el pie de Welleran y la armadura que lo cabría pareció dura y rígida. Luego, como Welleran no se movía ni decía nada, Seejar se puso en pie por fin y tocó su mano, la terrible mano de Welleran, y era de mármol. Entonces Seejar rió en voz alto y él y Sajar-Ho se apresuraron por el sendero vacío y se toparon con Rollory, y también él era de mármol. Luego descendieron de las murallas y volvieron por el llano pasando despectivos junto a la figura del Miedo, y oyeron que la guardia volvía en torno a las murallas por tercera vez cantando siempre el canto a Welleran; y Seejar dijo:
Sí, podéis cantar el canto a Welleran, pero Welleran ha muerto y la condena pende sobre vuestra ciudad.
Y siguieron adelante y encontraron al centinela, todavía inquieto en la noche, que llamaba el nombre de Rollory. Y Sajar-Ho musitó:
Sí, puedes invocar el nombre de Rollory, pero Rollory ha muerto y nada hay que pueda salvar tu ciudad.
Y los dos espías volvieron vivos a sus montañas y al llegar a ellas, el primer rayo de sol surgió rojo sobre el desierto que se extiende tras Merimna y dio luz a sus chapiteles. Era la hora en que la guardia de púrpura solía volver a la ciudad con sus velas empalidecidas y sus vestidos de color más vivo, en que los centinelas entumecidos volvían trabajosamente de soñar en el desierto; era la hora en que los ladrones del desierto se escondían y volvían a sus cuevas de la montaña, era la hora en que nacen los insectos con alas de gasa que no han de vivir sino un día; era la hora en que los condenados a muerte mueren y a esa hora un gran peligro, nuevo y terrible, se cernía sobre Merimna, y Merimna no lo sabía.
Entonces Seejar se volvió y dijo:
Mira cuán rojo es el amanecer y cuán rojos están los chapiteles de Merimna. Están enfadados con Merimna en el Paraíso y han prometido su condenación .
De modo que los dos espías volvieron y llevaron la nueva al Rey, y por unos cuantos días los Reyes de esos países estuvieron reuniendo sus ejércitos; y una tarde los ejércitos de cuatro Reyes se sumaron todos en lo alto del profundo desfiladero, todos agazapados al pie de la cumbre a la espera de la puesta del sol. En la cara de todos había resolución y coraje; no obstante en su interior cada uno de los hombres rezaba a sus dioses, a uno por uno en sucesión.
Luego se puso el sol y era la hora en que los murciélagos y las criaturas oscuras salen y los leones descienden de sus cubiles y los ladrones del desierto van de nuevo a la llanura y las fiebres se levantan aladas y calientes del frío de los marjales, y era la hora en que la seguridad abandona el trono de los Reyes, la hora en que cambian las dinastías. Pero en el desierto la guardia de púrpura salía de Merimna con sus luces cantando el canto a Welleran y los centinelas se echaban a dormir.
Ahora bien, no puede llegar dolor alguno al Paraíso, sólo puede repiquetear como lluvia contra sus muros de cristal; sin embargo, las almas de los héroes de Merimna tenían a medias conocimiento de algún dolor a lo lejos, como el durmiente siente en su sueño que alguien siente frío, pero no sabe que es él mismo quien lo siente. Y se estremecieron un tanto en su hogar estrellado. Entonces, invisibles, volaron hacia tierra a través del sol poniente las almas de Welleran, Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine. Ya cuando llegaron a las murallas de Merimna oscurecía, ya los ejércitos de los cuatro Reyes empezaban a descender con metálicos sonidos por el profundo desfiladero. Pero cuando los seis guerreros volvieron a ver su ciudad, tan poco cambiada al cabo de tantos años, la miraron con una nostalgia que estaba más cerca de las lágrimas que nada que hubieran experimentado nunca antes, y clamaron:
Oh, Merimna, ciudad nuestra; Merimna nuestra ciudad amurallada.
»Qué bella eres con todos tus chapiteles, Merimna. Por ti abandonamos la tierra sus reinos y florecillas, por ti abandonamos por un tiempo el Paraíso.
»Es muy difícil alejarse del rostro de Dios: es como un cálido fuego, es como el caro sueño, es como un himno inmenso, aunque hay un profundo silencio alrededor de él, un silencio lleno de luces.
»Abandonamos el Paraíso un tiempo por ti, Merimna.
»A muchas mujeres hemos amado, Merimna, pero sólo a una ciudad.
»Mirad ahora a todo el pueblo que sueña, a todo nuestro amado pueblo. ¡Qué bellos son los sueños! En sueños los muertos viven, aun los que han muerto desde hace ya mucho y están sumidos en un gran silencio. Tus luces todas se han atenuado, se han apagado, no hay sonido en tus calles. ¡Paz! Eres como una doncella que ha cerrado sus ojos y duerme, que respira dulcemente y está perfectamente inmóvil, acallada e imperturbada.
»Mirad ahora las almenas, las viejas almenas. ¿Las defienden los hombres todavía como las defendimos nosotros? Se han desgastado un tanto las almenas —y acercándose más atisbaron ansiosos—. No es por la mano del hombre que nuestras almenas se han desgastado. Sólo los años lo han hecho y el Tiempo indomable. Tus almenas son como la faja de una doncella, una faja redondeada en su cintura. Mirad ahora el rocío que las cubre, son como una faja enjoyada.
»Te encuentras en grave peligro Merimna, porque eres hermosa. ¿Debes perecer esta noche porque no te defendemos, porque clamamos y nadie nos oye, como claman los lirios magullados sin que nadie haya nunca conocido sus voces?
Así hablaron esas firmes voces, hechas a dar órdenes en batalla, clamando a su querida ciudad, y sus voces no subieron más alto que el susurro de los pequeños murciélagos que se mueven en el crepúsculo de la tarde. Entonces la guardia de púrpura se acercó recorriendo el contorno de las murallas por primera vez esa noche, y los guerreros clamaron:
¡Merimna está en peligro! Ya sus enemigos se agazapan en la oscuridad.
Pero sus voces no fueron oídas porque eran sólo fantasmas errantes Y la guardia siguió adelante y pasaron junto a ellos sin advertir nada, todavía cantando el canto a Welleran.
Entonces dijo Welleran a sus camaradas:
Nuestras manos no pueden ya sostener la espada, nuestras voces no pueden oírse, ya no somos hombres con fuerza. No somos sino sueños; entremos en los sueños pues. Id todos, y también tú joven Iraine, y perturbad el sueño de todos los hombres que sueñan e instadlos a que cojan las espadas de sus predecesores que cuelgan de los muros y vayan a la boca del desfiladero; y yo hallaré un guía y haré que coja mi espada.
Luego pasaron por sobre las murallas y entraron a su querida ciudad. Y el viento soplaba aquí y allí mientras se trasladaba el alma de Welleran, que en su día había resistido la carga de tempestuosos ejércitos. Y las almas de sus camaradas y con ellos el joven Iraine entraron en la ciudad y perturbaron el sueño de todo aquel que dormía y a cada cual las almas le decían en sueños:
Hace calor en la ciudad y está todo muy silencioso. Ve ahora al desierto donde está fresco bajo las montañas, pero lleva contigo la vieja espada que cuelga del muro por temor de los ladrones del desierto.
Y el dios de esa ciudad envió una fiebre sobre ella, y la fiebre cundió y las calles estaban caldeadas; y todos los que dormían despertaron de soñar que estaría fresco y placentero donde las brisas bajan por el desfiladero que corre entre las montañas; y cogieron las espadas de sus antecesores de acuerdo con lo soñado, por temor de los ladrones del desierto. Y las almas de los camaradas de Welleran y también la del joven Iraine entraron en los sueños y salieron de ellos con gran prisa así que avanzaban la noche; y uno por uno perturbaban los sueños de los hombres de Merimna y los instaban a levantarse y salir armados, a todos menos a la guardia de púrpura que, ignorante del peligro, cantaba todavía el canto a Welleran, porque los hombres en vela no pueden oír a las almas de los muertos.
Pero Welleran se deslizó por sobre los techos de la ciudad hasta llegar al cuerpo de Rold que yacía profundamente dormido. Por ese entonces Rold se había vuelto fuerte y tenía dieciocho años, y era de cabellos claros y alto como Welleran, y el alma de Welleran revoloteó sobre él y penetró en sus sueños como una mariposa atraviesa un enrejado para llegarse a un jardín de flores; y el alma de Welleran le dijo a Rold en su sueño:
Ve y vuelve a contemplar la espada de Welleran, la gran espada curva de Welleran. Ve y contémplala en la noche a la luz de la luna.
Y el anhelo que sintió Rod en su sueño al ver la espada fue causa de que abandonara aún dormido la casa de su madre y fuera al recinto donde se guardaban los trofeos de los héroes. Y el alma de Welleran que inspiraba el sueño de Rold fue causa de que se detuviera ante la gran capa roja, y allí el alma le dijo en sueños:
Tienes frío en medio de la noche; envuélvete en una capa.
Y Rold se envolvió en la inmensa capa roja de Welleran. Luego el sueño de Rold lo condujo junto a la espada y el alma le dijo en sueños:
Anhelas sostener la espada de Welleran: cógela en la mano.
Pero Rold respondió:
¿Qué debe hacerse con la espada de Welleran?
Y el alma del viejo capitán le dijo en sueños:
Es una espada hecha a la mano: coge la espada de Welleran.
Y Rold, todavía dormido, respondió:
No está permitido; nadie debe tocar la espada.
Y Rold se volvió para irse. Entonces un inmenso grito espantable creció en el alma de Welleran, tanto más amargo cuanto no podía darle voz, y giró y giró en su alma sin encontrar puerta de emisión, como el grito evocado de algún antiguo hecho asesino en alguna vieja cámara encantada que susurra a través de las edades sin que nadie nunca lo oiga.
Y el alma de Welleran gritó a los sueños de Rold:
¡Tus rodillas están atadas! ¡Has caído en un marjal! No te puedes mover.
Y los sueños de Rold le dijeron a éste
Tus rodillas están atadas, has caído en un marjal —y Rold se encontraba todavía frente a la espada. Luego el alma del guerrero se lamentó en los sueños de Rold mientras éste estaba delante de la espada.
Welleran llora por su espada, su maravillosa espada curva. El pobre Welleran que otrora luchó por Merimna llora por su espada en la noche. No debes permitir que Welleran se quede sin su hermosa espada cuando él mismo está muerto y no puede venir por ella, pobre Welleran que luchó por Merimna.
Y Rold rompió el cofre de cristal con su mano y cogió la espada curva de Welleran; y el alma del guerrero dijo en los sueños de Rold:
Welleran aguarda en el fondo desfiladero que penetra en las montañas llorando por su espada.
Y Rold atravesó la ciudad y subió a las murallas, y anduvo con los ojos del todo abiertos, pero todavía sumido en sueños, por el desierto hacia las montañas.
Ya una gran multitud de ciudadanos de Merimna se había reunido en el desierto ante el profundo desfiladero con las viejas espadas en la mano, y Rold pasó entre ellos mientras dormía sosteniendo la espada de Welleran, y la gente irrumpió en exclamaciones asombradas diciéndose los unos a los otros:
¡Rold tiene la espada de Welleran!
Y Rold llegó a la boca del desfiladero y allí las voces de la gente lo despertaron. Y Rold nada sabía de lo que había hecho en sueños y miró asombrado la espada que llevaba en la mano y dijo:
¿Qué eres tú, hermoso objeto? La luz resplandece en ti, estás inquieta. ¡Es la espada de Welleran, la espada curva de Welleran!
Y Rold besó su empuñadura, que fue salada en sus labios por el sudor de las batallas de Welleran.
Y Rold dijo:
¿Qué debe hacerse con la espada de Welleran?
Y toda la gente se asombraba ante Rold mientras él se estaba allí musitando:
¿Qué debe hacerse con la espada de Welleran?
En seguida llegó a oídos de Rold un sonido metálico que venía del desfiladero, y toda la gente, la gente que nada sabía de la guerra, oyó el sonido metálico acercarse en la noche: porque los cuatro ejércitos venían sobre Merimna aunque no esperaban encontrar al enemigo. Y Rold asió la empuñadura de la gran espada curva y la espada pareció elevarse un tanto. Y un nuevo pensamiento se iluminó en el corazón del pueblo de Merimna mientras asían las espadas de sus antecesores. Más y más se acercaban los ejércitos desprevenidos de los cuatro Reyes y viejos recuerdos ancestrales empezaron a surgir en la memoria del pueblo de Merimna en el desierto con las espadas en la mano en pos de Rold. Y todos los centinelas estaban despiertos con su lanza en ristre, porque Rollory había echado sus sueños a volar, Rollory, que otrora había echado a volar ejércitos, ahora no era sino un sueño que luchaba con otros sueños.
Y entonces los ejércitos estuvieron muy cerca. De pronto Rold dio un salto clamando:
¡Welleran! ¡Y la espada de Welleran!
Y la salvaje espada lujuriosa que había padecido sed por cien años, se elevó en la mano de Rold y se abrió camino por entre las costillas de los hombres de las tribus. Y con la cálida sangre que la bañaba hubo alegría en el alma curva de la poderosa espada, como la alegría de un nadador que sube de las aguas cálidas del mar después de haber vivido mucho en tierra seca. Cuando vieron la capa roja y la terrible espada, un grito cundió entre los ejércitos tribales:
¡Welleran vive!
Y se elevó el sonido de la exultación de hombres victoriosos, y el jadeo de los que huían y, el quedo canto que la espada cantaba para sí mientras giraba goteante en el aire. Y lo último que vi de la batalla mientras se vertía presurosa por la profundidad y la oscuridad del desfiladero, fue la espada de Welleran que subía y bajaba, resplandeciendo azul a la luz de la luna al alzarse y después roja, para desaparecer luego en la oscuridad.
Pero al amanecer los hombres de Merimna volvieron y el sol, al levantarse para dar nueva vida al mundo, brilló en cambio sobre las cosas espantosas cometidas por la espada de Welleran. Y Rold dijo:
¡Oh, espada, espada! ¡Qué horrible eres! Es terrible que te hayas abierto lugar entre los hombres. ¿Cuántos ojos ya no mirarán jardines por tu causa? ¿Cuántos campos permanecerán vacíos, que podrían haber lucido rubios de cabañas, blancas cabañas habitadas por niños? ¿Cuántos valles permanecerán desolados, que podrían haber dado alimento a cálidos villorrios porque hace ya mucho que degollaste a los que deberían haberlos construido? ¡Oigo llorar al viento junto a ti, espada! Viene de los valles vacíos. Hay voces de niños en él. Nunca nacieron. La muerte pone fin al llanto de los que una vez tuvieron vida, pero éstos deben llorar por siempre ¡Oh, espada, espada! ¿Por qué te dieron un lugar los dioses entre los hombres?
Y las lágrimas de Rold cayeron sobre la orgullosa espada, pero no pudieron lavarla.
Y ahora que el ardor de la batalla se había apagado, los espíritus del pueblo de Merimna empezaron a languidecer un tanto, como el de su guía, con la fatiga y con el frío de la mañana; y miraron la espada de Welleran en la mano de Rold y dijeron:
Ya no más, ya no más, por siempre volverá ahora Welleran, porque su espada está en manos de otro. Sabemos ahora que de hecho está muerto. Oh, Welleran, tú fuiste nuestro sol, nuestra luna y nuestras estrellas. Ahora el sol ha caído y la luna se ha roto y todas las estrellas están dispersas como los diamantes de un collar arrancado del cuello de alguien muerto por la violencia.
Así lloraba la gente Merimna en la hora de su gran victoria, pues es extraño el ánimo del hombre, mientras junto a ellos la vieja ciudad inviolada dormía segura. Pero desde las murallas y más allá de las montañas y por sobre las tierras que antaño habían conquistado, más allá del mundo, volvían al Paraíso las almas de Welleran, Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine.


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RELATOS DE LA CANTINA
DE MOS EISLEY




EL DESTINO DE UN CAZADOR:
EL RELATO DE GREEDO








1. El refugio


¿Oona goota, Greedo? i
La pregunta, dicha temerosamente, fue contestada por los chillidos burlones de los bo-sapos ocultos en la cueva de la montaña, rodeada de la verde y húmeda jungla. Pqweeduk se rascó la picadura que un insecto le había hecho en su hocico, como el de un tapir, e hizo un sonido ululante de valor. Escuchó cómo el sonido resonó con el viento en el oscuro agujero que se había tragado a su hermano mayor.
Pqweeduk sintió un escalofrío recorriéndole su espalda espinosa. Sacudió la antorcha de mano y las ventosas de su mano derecha agarraron fuertemente el brillante cuchillo de caza que su tío Nok le había regalado por su doceavo cumpleaños.
Pqweeduk se metió en la enorme cueva.
Pero la cueva de la jungla no era una cueva, y unos pocos metros adentro, ¡las rocas y la tierra prensada terminaban en una puerta de acero abierta!
Pqweeduk se asomó por la apertura rectangular y alumbró hacia arriba con su antorcha. Estaba bajo una bóveda que llenaba el interior de la montaña. El joven rodiano vio tres grandes naves plateadas que estaban silenciosamente en posición replegada en la inmensidad.
¿Greedo?
¡Nthan kwe kutha, Pqweeduk! ii –Era la voz de su hermano. Pqweeduk vio la mano con la antorcha de Greedo señalando y caminó hacia ella. Sus pies desnudos sentían un suelo liso y frío.
Greedo se paró en la escotilla abierta de una de las grandes naves.
¡Vamos, Pqweeduk! ¡No hay nada que temer! ¡Vamos dentro y echémosle un vistazo!




Sus bulbosos ojos de múltiples caras, ya grandes de por sí, se hicieron incluso mayores cuando los dos jóvenes de piel verde exploraron el interior del navío plateado. Por todos lados era de formas metálicas extrañas y desconocidas que brillaban y relucían a la luz de las antorchas o presentaban oscuras siluetas angulosas llenas de ocultas intenciones. Pero había también algunos lugares para sentarse, y camas para acostarse, y platos para comer.
Greedo tenía una rara sensación de haber estado ahí antes. Pero sólo era una sensación que no estaba acompañada de ningún recuerdo.
En efecto, los únicos recuerdos que tenía eran de la vida en la verde jungla donde su madre recogía nueces de tendril y sus tíos pastoreaban el rebaño de botts arbóreos para leche y carne. Alrededor de doscientos rodianos vivían juntos bajo los grandes árboles tendril. Siempre habían vivido allí, era la única vida que conocían y, en sus quince años de vida, Greedo y su hermano menor habían corrido salvajes en la selva.
Los rodianos no tenían enemigos en ese lugar, excepto por el merodeo ocasional del gato manka en su camino hacia las distantes montañas blancas, durante la temporada de apareamiento.
Los rodianos más jóvenes se quedaban cerca de casa durante esa época del año. Los rugidos salvajes de los mankas advertían a todos de su llegada. Los hombres rodianos sacaban sus armas de los lugares secretos donde las guardaban y se mantenían alerta en el borde del pueblo, esperando a que los mankas pasaran durante la noche.
Durante la temporada de los manka, Greedo podía oír el ruido de los fusiles, acostado en la cama, incapaz de dormir. A la mañana siguiente el cuerpo de un gran manka estaría colgado, para que todos lo vieran, de los árboles cruzados en el centro del pueblo.
Salvo por la matanza de mankas, los rodianos llevaban una tranquila existencia autosuficiente. Los adultos nunca hablaban de ninguna otra vida, al menos no delante de los niños. Pero, cuando ellos creían que estaba dormido, Greedo alcanzaba a oírles hablar de cosas que estaban ocurriendo fuera en las estrellas.
Oía a los adultos usar palabras como “Imperio”, “las guerras de clanes”, “cazarrecompensas”, “naves espaciales”, “Caballeros Jedi”, “hiperespacio”. Estas palabras creaban extrañas imágenes en su mente que no tenían ningún sentido para él, porque la única vida que había conocido era la jungla, los árboles, el agua y los días de juego sin fin.
Pero las charlas secretas de los adultos le llenaban de sentimientos de inexplicable nostalgia. De algún modo sabía que no pertenecía a ese mundo verde. Él pertenecía a algún otro lugar, fuera entre las estrellas.
Las naves plateadas eran la prueba. Sabía con asombrosa seguridad que estas eran las “naves espaciales” de las que había oído hablar a su madre y sus tíos. Seguramente su madre le contaría por qué las naves estaban ocultas debajo la montaña.
«Pqweeduk no es lo suficiente mayor como para saber… pero yo sí lo soy».




La madre de Greedo, Neela, estaba sentada en el suelo frente a su cabaña, a la luz de la lumbre pelando nueces de tendril. Sus manos se movían con rapidez, rajando las gruesas cáscaras con un cuchillo de hueso y volviéndolas a pelar. Ella tatareaba tranquilamente para sí misma mientras trabajaba.
Greedo se puso cerca en cuclillas, tallando un trozo de madera blanca de tendril en forma de una nave espacial plateada. Cuando la nave estaba terminada la levantó y la admiró.
Madre –preguntó repentinamente–, ¿Cuándo me vas a explicar lo de las naves plateadas de la montaña?
El rápido movimiento de las manos de su madre se paró. Sin mirar a su hijo, habló, con una voz que revelaba emoción.
Encontraste las naves –dijo.
Sí, madre. Pqweeduk y yo.
Le dije a Nok que tapara la apertura de la montaña. Pero Nok ama demasiado el pasado. Él siempre está yendo a hurtadillas allí a mirar las naves –suspiró y continuó pelando las ásperas pieles de las grandes nueces.
Greedo se acercó a ella. Sintió que estaba preparado para contarle las cosas que quería saber… cosas que necesitaba saber.
Madre, por favor, háblame acerca de las naves.
Sus húmedos ojos se encontraron con los de él.
Las naves… nos trajeron a este lugar… a este mundo… dos años después de que tú nacieras, Greedo.
¿Yo no nací aquí… en la jungla?
Tú naciste fuera de aquí –apuntó al cielo vespertino, visible a través de los altos árboles tendril, donde las primeras estrellas estaban apareciendo–. En el mundo de los de nuestra especie, el planeta Rodia. Había muchos asesinatos en aquel entonces. A tu padre lo mataron, mientras yo estaba embarazada de tu hermano. Teníamos que irnos… o morir.
No lo entiendo.
Ella suspiró. Vio que tendría que contarle todo. O casi todo. Ya era lo suficientemente mayor para saber lo que pasó.
Nuestro pueblo, los rodianos, siempre fuimos cazadores y luchadores. El amor por la muerte era fuerte en nosotros. Hace muchos años, cuando la carne de caza se acabó, aprendimos a criar nuestra comida. Pero nuestra gente empezó a darse caza los unos a los otros, por deporte.
¿Se… mataban los unos a los otros?
Sí, por deporte. Por un deporte mortal. Algunos rodianos pensaban que era una locura y se negaban a participar. Tu padre fue uno de ellos. Él era un gran cazarrecompensas… pero se negó a unirse a las estúpidas cacerías de gladiadores.
¿Qué es un cazarrecompensas, madre? –Greedo sintió un escalofrío en su columna, esperando la respuesta.
Tu padre cazaba criminales y forajidos… o gente con precio puesto a sus cabezas. Tenía una gran reputación por sus habilidades. Nos hizo muy ricos.
¿Por eso murió?
No. Un malvado líder de clan, Navik el Rojo, llamado así por la mancha de nacimiento roja que cubre su cara, utilizó los juegos de gladiadores como exclusa para hacer la guerra a otros líderes de clan. Tu padre fue asesinado. Nos quitaron nuestras riquezas y nuestro clan, los Tetsus, casi fue aniquilado. Afortunadamente, algunos de nosotros pudimos escapar a la matanza, en las tres naves plateadas que has encontrado.
¿Por qué nunca nos hablaste a Pqweeduk y a mí sobre las naves… y sobre nuestro pueblo?
Hemos cambiado. No había necesidad de desenterrar el oscuro pasado. Aquí nos hemos vuelto pacíficos. Sólo sacamos los fusiles cuando están merodeando los gatos manka. Hicimos un juramento en nuestro consejo, que los niños no sabrían de nuestro terrible pasado, hasta que hubieran crecido por completo. Estoy rompiendo ese juramento ahora, al decirte estas cosas. Pero ya eres… casi tan alto como tu padre.
Los ojos de su madre parecían envolver a Greedo. A él le encantaba la forma en que le miraba. Su piel emanaba un placentero perfume, un fuerte aroma rodiano. La miró asombrado. De repente había mucho más que saber. Quería aprender desesperadamente… todo.
¿Qué es el Imperio, madre?
Frunció el ceño y arrugó su largo y flexible hocico.
Te he contado bastante, Greedo. Otro día quizás responderé a todas tus preguntas. Ahora vete a la cama, hijo mío.
Sí, madre. –Greedo tocó con las ventosas de su mano las de su madre en un gesto tradicional que servía tanto de saludo como de buenas noches. Se fue a su cama llena de paja en la pequeña cabaña, donde su hermano ya estaba durmiendo.
Greedo estuvo acostado durante horas, pensando en las naves plateadas, en su padre el cazarrecompensas… y en la grandeza de la vida en las estrellas.




2 Navik, el Rojo


Un mes y un día después de que Greedo y Pqweeduk encontraran las naves plateadas, Navik el Rojo, líder del poderoso clan Chattza encontró a los Tetsus.
Greedo y su hermano estaban trepando a lo alto de los árboles tendril cuando vieron un destello brillante en el cielo. Miraron con curiosidad en silencio cómo el destello se convertía en una brillante forma roja que se hacía más y más grande, hasta que pudieron ver que era una nave del cielo, veinte veces más grande que las pequeñas naves plateadas de la cueva.
Voces ansiosas llamaban desde abajo. Greedo ululó con excitación y comenzó a deslizarse hacia abajo rápidamente por el liso árbol, usando sus ventosas con habilidad para frenar su descenso. Su hermano estaba justo detrás de él.
Abajo podían ver a la gente saliendo de sus cabañas y señalando a la gran nave en el cielo. El tío Nok y el tío Teeku y otros corrían a coger las armas. Greedo sintió que tenían miedo.
¡Vamos, Pqweeduk! –gritó Greedo, cuando sus pies golpearon el suelo–. ¡Tenemos que salvar a madre! ¡No podemos dejar que la maten!
¿De qué estás hablando, Greedo? ¡Nadie va a matar a nadie! –Pqweeduk descendió al suelo y obedientemente siguió a su hermano mayor.
Mientras corrían entre los árboles, la nave roja descendía más, sacó su tren de aterrizaje y se posó en una nube de humo abrasador al borde del pueblo.
Dos compuertas idénticas silbaron al abrirse. Greedo se paró, se giró y se quedó boquiabierto sobrecogido, cuando cientos de guerreros rodianos con armadura salieron de la nave gigante. Todos llevaban una brillante armadura segmentada y todos portaban un rifle bláster de aspecto mortífero.
La vista de estos asesinos petrificó al joven rodiano. Pasó todo un minuto antes de que sintiera a su hermano tirando de su manga con temor. Y entonces oyó la voz de su madre, urgiéndole para que corriera. Lo último que vio Greedo, antes de volver su cara a la selva, fue la figura de un imponente rodiano con una marca rojo sangre que manchaba la mayor parte de su rostro. El guerrero marcado gritó una orden y los demás levantaron sus armas.
Los sonidos de los disparos láser se mezclaban con los chillidos agonizantes de la gente, mientras Greedo, su hermano y su madre huían a la jungla.




El tío Nok, el tío Teeku y otros veinte también lo hicieron hacia la cueva que estaba enfrente de ellos. Se produjo un gran ruido chirriante y el rugir de un derrumbamiento de tierras, mientras la cima de la montaña se abría, deshaciéndose de su carga de tierra y piedras.
Greedo se quedó sin aliento mientras las tres naves plateadas relucían con la luz del sol de mediodía. Los poderosos motores despiertos ya gemían.
El tío Nok acogía a la madre de Greedo mientras pedía a todos que subieran a bordo lo más rápidamente posible.
¡Neela, ahora ya sabes por qué siempre estaba visitando las naves! ¡Las mantenía a punto precisamente para este día!
La madre de Greedo abrazó a su hermano Nok y le dio las gracias. Entonces todos embarcaron a prisa, seguidos por un flujo de refugiados saliendo de la selva.
Dos de las naves plateadas se elevaron fácilmente sobre columnas de energía repulsora, sus motores propulsados por fisión gemían tan alto que el sonido desapareció fuera del campo auditivo de de Greedo. La tercera nave estaba esperando a los últimos rezagados… los últimos supervivientes de la masacre.
Un corpulento cazador de mankas llamado Skee salió a la carrera del bosque, gritando:
¡Marchaos! ¡Llevaos las naves mientras haya una oportunidad todavía!
La tercera nave nunca consiguió cerrar su trampilla. Un rayo de energía de iones fundió sus estabilizadores en una masa fundida y una fracción de segundo después una poderosa ráfaga de láser hizo estallar el núcleo de energía.
Cuando las primeras dos naves se lanzaron hacia el cielo, explotó una brillante esfera de fuego de fusión detrás en la jungla, imitando el sol del mediodía. La tercera nave ya no existía.
Greedo nunca escuchó la explosión. Estaba en la cabina de mando de El Radián, embobado con las estrellas, mientras la nave plateada del el tío Nok saltaba hacia lo desconocido.




3. Nar Shaddaa


Previendo esta emergencia, Nok había programado las naves rodianas para que saltaran a una región de la galaxia muy transitada, donde los supervivientes de su pequeña tribu pudieran perderse entre la miríada de razas alienígenas dedicadas al comercio interestelar.
Así fue como llegaron a Nar Shaddaa, una luna espaciopuerto que orbita alrededor de Nal Hutta, uno de los principales planetas habitados por los hutt, especie con aspecto de babosas.
Había un continuo zumbido de tráfico espacial entre Nar Shaddaa y los remotos sistemas estelares de la galaxia: enormes naves de transporte transgaláctico y cargueros de mercancías, los ostentosos yates y carabelas de los señores del hampa, las naves corsario con señales de batalla de los mercenarios y cazarrecompensas, los bergantines piratas, e incluso los ocasionales buques de pasajeros comerciales, paquebotes estelares o arcas de migración masiva. Y, por supuesto, siempre presentes, los cruceros estelares y los patrulleros de líneas elegantes de la Armada Imperial.
La superficie de Nar Shaddaa era un entramado de ciudades y estaciones de acoplamiento de millas de altura, acumuladas durante miles años. Nivel sobre nivel de depósitos de mercancías, almacenes e instalaciones de reparación estaban conectados por toscas carreteras que abarcaban el globo, cruzando cañones que llegaban desde los estratos superiores, plagados de vida, a las rebosantes profundidades donde proliferaban varios tipos de subespecies sobre los desperdicios que caían continuamente desde las elevadas alturas.
Greedo, su hermano, su madre y todos los refugiados de aquellas dos naves plateadas llegaron a Nar Shaddaa, fundiéndose con la vida de la gran luna espaciopuerto, encontrando un hogar en el inmenso sector controlado por contrabandistas corellianos.
Los corellianos mantenían las cosas las cosas bajo control de forma razonable en su parte de la luna. El juego era una importante fuente de ingresos para ellos. Todas las especies estaban invitadas a deambular por las avenidas intensamente iluminadas, mirar boquiabiertos, comer y beber y malgastar dinero en los garitos de sabacc. No era de extrañar, de vez en cuando, un duelo con pistolas o un asesinato por una recompensa, y generalmente un hurto insignificante no era tenido en cuenta. Pero había una ley no escrita en el sector corelliano, impuesta por el Control Portuario: si quieres causar un gran problema, más vale que lo hagas en cualquier otro sitio.
Los refugiados rodianos se fundieron con los habitantes de los distritos de lúgubres almacenes del Nivel 88. En los meses siguientes encontraron trabajo como mozos de carga y descarga y en el servicio doméstico, y se ocuparon de sus vidas.
Nok ordenó a todos que se mantuvieran alejados de los niveles públicos, las carreteras y los casinos, ante la posibilidad de que fueran reconocidos por un cazador Chattza. Nok les aseguró que su estancia en Nar Shaddaa sería sólo por una temporada, hasta que pudiera localizar otro planeta selvático donde pudieran vivir en paz.
Para los rodianos adultos no era una época feliz, echaban de menos profundamente el exuberante planeta verde que habían dejado atrás. Pero para Greedo y Pqweeduk, empezaba a revelarse todo un universo de emociones.




Cuatro años después el pueblo de Greedo todavía estaba en Nar Shaddaa, trabajando y sobreviviendo. Greedo tenía diecinueve años, su hermano dieciséis. Los jóvenes verdes se habían integrado con el espectáculo sin límite de la galaxia.




4. Cazadores de recompensas


¡Jacta nin chee yja, Greedo! iii
Greedo saltó hacia atrás mientras tres motos repulsoras pasaban a toda velocidad, brincaban sobre un muro de contención roto y desaparecían en una de las abarrotadas explanadas que habían sido declaradas fuera de los límites por el tío Nok.
Vio a su hermano y a sus amigos virar bruscamente sus motos entre los deslizadores terrestres, antiguos taxis con ruedas, plataformas flotantes hutt, esquivando hábilmente a los jugadores ambulantes, piratas alienígenas, traficantes de especias, vendedores callejeros, vagabundos varios… y cazarrecompensas.
¡Crece, Pqweeduk! –Greedo se apoyó contra un muro, esperando a su amigo Anky Fremp, un biomorfo siona skup que le había enseñado los secretos de la calle.
Greedo, al borde de la edad adulta, había dejado atrás los juegos de la niñez. Había cambiado su moto repulsora por un par de botas de primera calidad. Había robado una valiosa chaqueta de piel de rancor. Había aprendido como desmontar bombas termales y quitar los reguladores de escudo a las plataformas flotantes hutt mientras los señores del crimen locales estaban repatingándose en las casas de baños corellianas, haciendo tratos con sus homólogos interestelares.
Anky Fremp le había enseñado a Greedo los pormenores del mercado negro, quién pagaba por mayor parte de los equipos robados… y quién tenía los mejores precios de brillestimiv, chaquetas de piel y cubos de música yerk.
Fremp y Greedo formaban un equipo y habían sido un equipo durante dos años. Pqweeduk aún era un niño bobo, jugando a estúpidos juegos callejeros con sus amigos.
¡Ska chusko, Pqweeduk! v –¡Crece, Pqweeduk!




Mientras esperaba a Fremp, Greedo miraba la calle. Cada tipo de vida, humano o alienígena, que pasaba por Nar Shaddaa. Puede que la mitad fueran comerciantes legales y transportistas de mercancías, trabajando para una u otra de las grandes corporaciones transgalácticas. El resto estaban operando en algún lugar más allá de los límites de la ley.
Un grupo que fascinaba a Greedo no parecía perseguir oro y emociones, y casi nunca los veías en la calle. Eran los llamados rebeldes políticos, forasteros que habían tomado una posición contraria al gobierno despótico del Emperador Palpatine y su cruel dictador militar, Darth Vader.
Había rebeldes en esta luna espaciopuerto, Greedo lo sabía. Se escondían en un viejo almacén del Nivel 88, el mismo nivel donde vivían los refugiados rodianos. Los rebeldes estaban acumulando allí todo tipo de armas, armas que llegaban ocultas en exóticos cargamentos de metales preciosos y especia… y salían en las horas más oscuras de la noche, en naves burladoras de bloqueos con destino a remotos puestos de avanzada entre las estrellas.
«Apuesto que el Imperio pagaría un montón por saber lo que están haciendo los rebeldes en Nar Shaddaa. Pero ¿cómo le doy esa información a los imps vi? No conozco a nadie que trabaje para el Imperio».
Justo entonces Greedo oyó las estridentes descargas de disparos láser y se agachó instintivamente, agazapándose detrás del muro de contención medio desmoronado que su hermano había saltado con el repulsor unos pocos minutos antes.
Mirando cuidadosamente por encima del muro, vio a un hombre con el uniforme verde característico de inspector de especia saliendo de las sombras y corriendo a través de la calle abarrotada. Resonaron más disparos de láser y la multitud comenzó a dispersarse rápidamente en los callejones y salones de juego de alrededor.
Greedo vio brillantes rayos de energía chocando contra edificios y vehículos. El hombre que corría fue alcanzado y cayó, ni a tres metros del lugar donde se encontraba Greedo.
Dos imponentes figuras salieron de las sombras a la intensamente iluminada explanada. Con pasos lentos se aproximaron al hombre caído.
La más grande de las dos figuras, que llevaba un casco con forma de cráneo y armadura ithullana completa, empujó con la bota a la víctima.
Está muerto, Goa.
La figura más baja se inclinó para inspeccionar a la víctima y Greedo alcanzó a ver un tipo rechoncho con manchas marrones y cara muy picuda, que vestía desarreglado con cuero y hierro y bandoleras.
Mala suerte, Dyyz –dijo el más bajo–. Yo sólo quería herirlo. Vivo valía por lo menos el doble.
«Cazarrecompensas, –pensó Greedo–. Han cobrado su presa... ahora irán a cobrar la recompensa. Apostaría a que es mucho. Apostaría que son ricos».
El más grande, al que el otro llamó Dyyz, se inclinó y recogió al inspector de especia muerto y se lo echó al hombro con facilidad.
Todo en un solo día de trabajo, ¿eh, Goa? Yo mismo soborné a esta basura una o dos veces, hace años… ¡Pero cuando los imps ponen a un hombre en la lista de recompensas, no queda otra opción! Metámosle en una bolsa, escondámosle y vamos a tomar un trago.
Por mí estupendo. Tengo más sed que un granjero de Tatooine.
Greedo se dio cuenta por primera vez de que el llamado Goa tenía un fusil bláster mayor de lo normal colgado a su espalda. Jamás había visto un bláster tan grande. Estaba encastrado en metal negro y recubierto de tubos y dispositivos electrónicos. «Un trabajo a medida, –pensó Greedo–. ¡Fíjate en el aspecto de esa cosa! Apostaría a que es un cazarrecompensas que siempre alcanza a su hombre».
Greedo esperó a que los dos cazarrecompensas desaparecieran de vuelta por el camino por el que vinieron, pero en lugar de eso caminaron directamente hacia él.
Cuanto más se acercaban al muro de contención, más aterradora era su apariencia. El grande, Dyyz, llevaba un casco de paracero corroído que le cubría toda la cabeza. La máscara facial –estrechas rendijas para los ojos en una estilizada cabeza de muerte– transmitía amenaza mortífera e inexorable. Este vestía la armadura de la extinta raza ithullana –Greedo sabía que los belicosos ithulles habían sido exterminados hace cientos de años, su civilización aplastada y aniquilada, por otra raza igualmente de belicosa, los mandalorianos–. «Por el aspecto de su armadura –pensó Greedo– ¡debe haberla robado de un museo imperial!».
El otro cazarrecompensas, Goa, estaba vestido con una mezcolanza de ropa que sugería que nunca se cambiaba o se la quitaba, simplemente había añadido nuevas piezas sobre las desgastadas, hasta que se convirtió en una colección andante de vestuario y equipos militares.
El aspecto más fascinante de Goa era su cabeza: obviamente una especie inteligente de pájaro, o descendiente de pájaro. De piel áspera marrón con manchas, sin plumas, con diminutos ojos intensos hundidos detrás de un ancho pico lleno de cicatrices.
Dyyz y Goa llegaron al muro de contención y Greedo se agachó. Lo siguiente que oyó Greedo fue una tercera voz, áspera y cruel.
Vaya, vaya, pero si son Dyyz Nataz y Jabalí Goa. ¿Dónde os habéis metido, chicos? ¡Deberíais saber que no se debe dejar tirado a un viejo amigo!
Cálmate, Gorm. Tendrás tu parte. El hecho es que Jabalí y yo hemos cogido a este inspector de especia que estaba en la lista negra. ¡Los imps nos pagarán mucho y estaremos más que contentos dándote tu parte en el trato!
Y un cuerno, Dyyz –esa era la voz de Goa–. Nosotros somos dos y Gorm sólo uno. Que se espere a los créditos que le debemos.
Uno como yo vale por seis limpiadores de jaulas como vosotros.
Resonó fuego de bláster y rojos rayos de energía fueron disparados por encima de la cabeza de Greedo. Se agachó más y los sonidos de una violenta refriega llegaron a sus oídos. De repente el gran fusil bláster de Goa salió volando por encima del muro y sonó al chocar contra el pavimento cerca de Greedo.
Mientras extendía la mano para alcanzar el arma de forma impulsiva, Greedo oyó al que llamaban Gorm dirigiéndose al que llamaban Dyyz para que le entregara el cuerpo del inspector de especia.
Entregádmelo… y os dejaré vivir un día más.
Encontrando el coraje para mirar de nuevo por encima del muro, Greedo vio una figura más imponente, dos cabezas más alto que Dyyz Nataz, vestido con una pesada armadura plateada y casco completo. Los ojos de la máscara facial eran electrónicos brillando en rojo. «Debe de ser un droide –pensó Greedo–. He oído de droides renegados asesinos dedicándose al negocio de las recompensas. O quizás no era un droide…»
De repente, Greedo tuvo una idea. Cogiendo el enorme fusil bláster en sus temblorosas ventosas, Greedo levantó el arma en posición de tiro tan silenciosamente como pudo. Buscó el seguro, lo encontró y cargó el fusil.
Entonces, subrepticio como cuando el tío Nok esperaba un gato manka, alzó el cañón del fusil por encima del muro de contención. Lo apuntó a la espalda de Gorm.
Greedo vio a los ojos de Goa dirigirse a su fusil y entonces se sacudió. Greedo apretó el gatillo.
El arma silbó y rugió y el cazarrecompensas llamado Gorm cayó hacia delante con un gruñido y un agujero de bláster ennegrecido en el centro de su espalda.
Mientras Greedo se levantaba, Goa emitió un maniático sonido cacareante y se lanzó a por el fusil. Pero Greedo giró el cañón hacia la cabeza de Goa.
¡Eh, niño! ¡Tranquilo! ¡Eso que estás apretando es un gatillo!
Dyyz resopló y se rió.
Gracias, niño. Nos has salvado el pellejo. Estaremos eternamente en deuda contigo. Ahora en cuanto le devuelvas el arma a mi compañero, seguiremos nuestro camino.
Greedo se encaramó cuidadosamente al muro, manteniendo el fusil bláster apuntando a Goa. Moviéndose cerca de la figura boca abajo de Gorm, examinó el agujero que había hecho en la espalda del gran cazarrecompensas.
¿Es un droide? –preguntó Greedo.
Se puede decir que sí –dijo Goa–. Ahora, el fusil… ¿Qué tal si te metemos en la recompensa por este inspector? Te lo has ganado.
Tengo una idea mejor –dijo Greedo–. Creo que puedo ayudaros a ganar mucho dinero, tíos.




5. El contrabandista y el wookiee


¿Spurch “Jabalí” Goa? ¿Por qué le llaman Jabalí?
Anky Fremp, el amigo callejero de Greedo, estaba sentado en el borde de una plataforma de estacionamiento, con sus cortas piernas colgando sobre un cañón de la ciudad de millas de profundidad. Anky era un sioniano skup, una raza casi humana con ojos pequeños muy juntos, pelo tan quebradizo como el cristal y la piel del color del queso de dianoga. Anky tiró una botella tras otra en el abismo.
La distancia desde la torre más alta del espaciopuerto a la superficie de la luna Nar Shaddaa era tan grande que ellos nunca oyeron como se estrellaban las botellas. Pero algunas veces las botellas colisionaban con un taxi o carguero ascendiendo a repulsión por el desfiladero, y eso era divertido.
¿Para qué haces eso? –dijo Greedo con desdén–. Esa es la clase de juegos estúpidos a los que juega el crío de mi hermano. Si el Control Portuario Corelliano te coge, pueden reclutarnos para trabajar para un transportista de mineral.
Sí… es cierto. Me estoy haciendo demasiado mayor para esto. Bueno, ahí va la última.
Una chalana de hangar emergió del desfiladero siete niveles abajo y el proyectil de Fremp golpeó al piloto de la chalana en su casco de protección. El hombre miró arriba, gritando y agitando el puño.
Cuando la chalana ascendió rápidamente hacia ellos, Greedo y Fremp decidieron que habían estado sentados en el borde bastante tiempo y empezaron a caminar rápido hacia el garaje de Ninx, uno de sus sitios favoritos.
Vale, háblame del trato, Greedo. ¿Van a hacerte rico esos cazarrecompensas que has conocido?
Sí, les hablé de los rebeldes que trafican con armas en el Nivel 88. El Imperio paga una buena recompensa por ese tipo de información. Dyyz y Jabalí me dijeron que me meterían en el trato.
¡Wow! ¿Lo compartirás conmigo?
Greedo sonó con aire de superioridad.
Sí… te pasaré unos cuantos créditos, Fremp. Pero la mayoría voy a emplearlos en comprar mi propia nave. Ninx tiene un pequeño corsario Incom muy chulo que me lo dejará en catorce mil. Todo lo que necesita son unos nuevos acopladores de energía.
Eso no es nada. ¡Podemos robar los acopladores!
Cierto. Yo puedo robar los acopladores de energía. –Greedo le dirigió a su entusiasta amigo la versión rodiana de una mirada condescendiente, mientras llegaban a la puerta secreta del garaje de Ninx. «No hay necesidad de que Fremp piense que ninguna pieza de mi nueva nave le va a pertenecer a él».




El asistente de Shug Ninx era un corelliano ambidiestro mecánico de hipermotor llamado Warb. Warb reconoció a los dos jóvenes en el monitor de la entrada.
Hey, Anky... Greedo. ¿Tenéis bombas termales robadas para mí hoy?
Lo siento, Warb. Mañana tendremos algo.
De acuerdo, os veré mañana. Shug no está por aquí y yo estoy ocupado.
Quiero enseñarle a Anky ese pequeño corsario Incom que me voy a comprar.
Hmmm… vale. Pasad. Pero como note que falta alguna herramienta ya sé a quienes voy a desintegrar.
Warb les abrió la entrada al garaje de Ninx y volvió al trabajo ayudando a un contrabandista a poner a punto el motor-luz de un destartalado carguero YT-1300 que había ganado en una partida de sabacc.
El cavernoso taller de reparación era una confusión de naves descuartizadas y el grasiento revoltijo de toda una vida –piezas por todas partes, ensamblajes completos colgando de elevadores y andamios– y los brillantes destellos de soldadura por flujo de iones de los droides técnicos trabajando arriba en andamios alrededor de un enorme Kuat Starjammer-IZX, un veloz transporte de carga que parecía ocupar la mitad del garaje.
Greedo y Anky deambularon por un laberinto de cajones de embalaje hacia donde estaba el corsario Incom sobre sus patines de aterrizaje, reluciente como una joya arkaniana. ¡Estaba como nuevo!
Aquí está –dijo Greedo orgulloso–. Voy a llamarlo el Cazador de Mankas. Bonito, ¿eh?
Anky tragó saliva.
¿Sólo catorce mil créditos por esto? ¡No me lo creo! Probablemente Shug te la va a sustituir por alguna chatarra averiada cuando tenga tu dinero.
Mi amigo Shug no. Sabe que voy a ser cazarrecompensas. Sabe que un cazarrecompensas tiene que tener una buena nave.
¿ vas a ser cazarrecompensas?
Greedo hinchó el pecho.
Sí. Mi amigo Jabalí Goa dijo que me enseñaría el oficio. Dijo que algunos de los mejores cazarrecompensas son rodianos.
Anky se volvió creyente por un instante.
¿Crees que me enseñaría a ser un cazarrecompensas a mí también?
Greedo se rió.
No creo que los skups hayan destacado jamás por haber hecho mucho en el mundo del asesinato por una recompensa.
Anky parecía alicaído. El mundo natal de los sionianos era conocido principalmente por los expertos ladrones que había producido.
Vamos, Anky. Miremos el interior de mi nave.
Pero la escotilla del corsario estaba cerrada. Como Shug no estaba por ahí, tendrían que pedirle a Warb que se la abriera. Volvieron a abrirse paso a través de los cajones de embalaje y el revoltijo y se dirigieron hacia el YT-1300 en el que Ward y el contrabandista estaban trabajando. Casi había llegado al carguero cuando Greedo vio un par de acopladores de energía Dekk-6 sobre una mesa de trabajo, próxima a la máquina fresadora de Shug.
Greedo en seguida supo que eran Dekks. Los Dekk-6 eran los mejores. Los acopladores Modog solían ser los mejores, pero la tecnología de las naves estelares estaba avanzando muy rápidamente, gracias al Imperio y a sus insaciables necesidades militares.
Fremp también vio los Dekks y ambos jóvenes se pararon a admirar los relucientes componentes. Un par de Dekk-6 podían costar veinte mil créditos –así de avanzados eran–.
Apostaría a que Warb está planeando poner estas en esa chatarra en la que está trabajando –dijo Greedo–. Va a tener que taladrar las cubiertas, para encajar las bridas del convertidor en ese viejo carguero.
Estas son justo las que necesitamos para tu nuevo corsario –dijo Anky, tocando el caro dispositivo–. Le irán bien.
Sí. Greedo ya había sentido el impulso de robar los Dekk. Estaban flamantes, eran más que bonitos y él nunca los encontraría parecidos desmontando carabelas hutt.
«Un cazarrecompensas necesita una nave rápida. Mi nave será la mejor. Reemplazaré todas las piezas de mi nave con los componentes más avanzados que pueda comprar o robar. Nadie dejará atrás al Cazador de Mankas».
Greedo miró con indiferencia y recorrió con la vista el garaje. Warb y el contrabandista estaban subiendo con un levitador unas pesadas células de energía por la pasarela del YT-1300. Desaparecieron a través de la escotilla.
No había nadie mirando.
Greedo se quitó su chaqueta de piel de rancor y la envolvió con ellas los acopladores del tamaño de un puño.
Date prisa, Anky. Vamos. Tengo que ver a Goa dentro de veinte minutos.
Vale. Vamos.
De repente Greedo sintió unas poderosas zarpas lanudas que le agarrándole alrededor de la cintura y levantándole en el aire. Cuando pataleaba y forcejeaba se le cayó la chaqueta de piel y los acopladores Dekk repicaron contra el suelo.
¡HNUUAAKN! vii
¡Te kalya skrek, grulla woska! viii –¡Bájame, cosa peluda!
El wookiee giró a Greedo con sus zarpas de forma que pudiera examinar su verde cara hocicuda.
¡NNHNGR-RAAAGH! ix–Greedo vio dientes al descubierto y ojos furiosos y se vino abajo. Anky Fremp ya iba camino de la puerta.
¿Qué pasa, Chewie? –Apareció el alto contrabandista corelliano, con Ward a su lado. El contrabandista tenía en un soporte de bláster la mano derecha.
HNNRRNAWWN x. –Los gruñidos del wookiee sólo eran un sonido aterrador para el joven, pero el contrabandista parecía entenderlos perfectamente.
¿Robando nuestros Dekk-6, eh? Genial. ¿Qué clase de negocio tenéis, Warb? ¿Sabes lo que he tenido que pagar por estos Dekk?
Lo siento, Han. Le dije a Shug que no me fiaba de esos chicos de la calle, pero él le cogió simpatía al verde... Conoces las reglas, Greedo. Voy a tener que hablarle de esto a Shug. Si sabes lo que te conviene, saldrás de aquí y no volverás nunca más… ¡eso si el wookiee no te rompe el cuello antes!
El gran wookiee todavía sostenía al aterrado rodiano a un metro del suelo, como si esperara una señal de su amigo el contrabandista.
Espera un minuto –dijo el contrabandista–. No le hagas daño, Chewie. Voy a enseñarle una lección a este pequeño ratero… ¿Dónde pusiste esos acopladores Modogs calcinados, Warb?
El wookiee bajó al suelo a Greedo, pero mantuvo su zarpa peluda sobre él mientras Warb rebuscaba por ahí en un gran bidón de desechos cercano al banco de trabajo. Un segundo después apareció Warb con dos acopladores de energía Modog ennegrecidos y corroídos. Se los dio al contrabandista y este se los pasó a Greedo.
Bien. El chico quería acopladores de energía, puede quedarse estos. Los quité del Halcón Milenario. Tienen auténtico pedigrí, chico. Y todo lo que quiero por ellos es esta chaqueta de piel de rancor. ¿Qué me dices? ¿Hay trato?
El contrabandista sonrió y el wookiee apretó el hombro de Greedo.
T-te jacta xi. –Me las pagarás por esto.
¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? –preguntó el contrabandista.
Ha dicho trato hecho –se rió Warb.
Bien. El chico reconoce una ganga en cuanto la ve. –El contrabandista alargó la mano para un apretón de manos, pero Greedo la ignoró. En su lugar hizo un sonido con las ventosas de las manos y arrojó al suelo los acopladores quemados. Entonces se volvió y corrió hacia la puerta.
HWARWNUNH xii.
Sí, Chewie, probablemente he sido un poco duro con él. Pero tienes que enderezar a los gamberros mientras aún son jóvenes. De lo contrario no te cuento donde terminarán… Hey, Warb, ¿quieres esta chaqueta? Es un regalo de cumpleaños.
Gracias, Han. ¿Cómo sabías que hoy era mi cumpleaños?




6. El instructor


Spurch Jabalí Goa estaba sentado solo, contando una pila de créditos, en un rincón del Café Fusión Nuclear. Hizo señas con el brazo cuando vio entrar a Greedo.
¡Hey, chico, aquí!
A Greedo aún se le notaba el enfado y el resentimiento, pero trataba de aparentar que era un curtido piloto espacial cuando se movía entre la ruidosa concurrencia. Se empezó a sentir mejor cuando un viejo twi’lek grisáceo prácticamente saltó apartándose de su camino.
Hola, Spurch.
Toma asiento, chico. ¿Quieres tomar algo?... No te sientes demasiado cerca. Vosotros los rodianos no oléis bien para un diolliano.
Greedo se colocó en el lado opuesto a su nuevo mentor. Goa pidió una botella de quemadura solar xiii de Tatooine para Greedo.
E-eso es mucho dinero, Spurch. –Greedo miró la pila nerviosamente. Esperaba que Ninx aún le vendiera el corsario, después de lo ocurrido.
Llámame Jabalí, chico. No atiendo por ese otro nombre. Mi madre creyó que era efectista porque en nuestro idioma significa “valeroso capturador de bichos”. –Goa resopló. Sacó un montón de billetes de la pila que tenía en frente de él–. Toma, chico. Para ti. Gracias por el soplo acerca los rebeldes. Lo pagaron... a lo grande.
¡Cthn rulyen stka wen!” xiv ¡Wow, eso es genial! –Greedo cogió los billetes y los hojeó. Eran de poco valor… mucho menos de lo que había esperado. Las visiones pilotando su propio veloz corsario comenzaron a evaporarse.
Uh... doscientos créditos... uh, gracias, Jabalí.
¿Qué te pasa, chico? Pareces decepcionado. –Goa contempló a su nuevo protegido con un brillante ojo de pájaro.
Uh… es que creí que sería más, supongo.
Hey, chico. ¿Quieres ser cazarrecompensas, verdad? ¿No te dije que los rodianos son los mejores cazarrecompensas? ¿No te lo dije?
Greedo asintió solemnemente. «Quiero ser cazarrecompensas. Pero un cazarrecompensas necesita una nave».
¿Ahora, crees que entreno cazarrecompensas gratis? ¿Eh? ¿Lo crees?… Bébete tu quemadura solar, chico, está deliciosa.
Obedientemente Greedo tomó la botella y se tragó el espeso fluido. Le supo amargo. Se sintió avergonzado. Jabalí tenía razón.
Uh... supongo que yo.... uh, nunca pensé en eso –dijo.
¡Cierto! ¡Nunca se te pasó por tu pequeña mente codiciosa que Goa cobre por enseñar a jóvenes gamberros cómo cazar! Ahora mira aquí. –Goa cogió una de las muchas bolsas atadas a su cuerpo y sacó un montón mucho mayor de créditos–. Esto es todo tuyo, si lo quieres, veinte mil. Esa es la tercera parte de lo que pagaron los imps por la información sobre los rebeldes.
A Greedo se le saltaron las lágrimas y un ansia profunda le revolvió las tripas cuando miró el montón de billetes de créditos. Las visiones del Cazador de Mankas comenzaron a formarse de nuevo.
Goa se inclinó hacia delante y clavó sus pequeños y brillantes ojos en Greedo.
Pero si coges el dinero, se acabó, ¿entiendes? No quiero volver a verte nunca más. Tienes que aclararte, chico. ¿Quieres aprender el oficio de un experto… o quieres unas cuantas noches por la ciudad y dar la entrada para una nave trucada que probablemente estrellarás en una semana? Jabalí Goa puede hacer de ti el segundo cazarrecompensas más grande de la galaxia, chico… Jabalí Goa es el primero.
Greedo dejó que las palabras de Goa dieran vueltas dentro de su cabeza durante un minuto y se conectaran con sus deseos más profundos. Él quería ese corsario más que nada, pero sentía una necesidad más intensa de cazar… una necesidad de ser como su padre. Y el oficio de cazarrecompensas era la forma de hacer mucho dinero. Un cazarrecompensas rico podía ser dueño de su propia luna y de montones de naves: balandros, cruceros, veleros… incluso naves de guerra.
¿De verdad me enseñarás los secretos? –preguntó Greedo con inseguridad.
¿Enseñarte? ¡Haré que te tragues los apestosos secretos! ¿Tenemos un trato, chico? Créeme, no haría esto por nadie. Pero tú me salvaste la vida. Participaste conmigo y con Dyyz en tu primera captura… y por el Cron Drift xv, eres rodiano. Te lo digo, los rodianos son cazarrecompensas natos.
Greedo sentía como le recorrían oleadas de orgullo. Cazarrecompensas nato. Los rodianos son cazarrecompensas natos. «Sí, puedo sentirlo, siempre lo he sentido. Mi padre era cazarrecompensas. Yo seré cazarrecompensas. Yo soy un cazarrecompensas».
Trato hecho, Jabalí. –Greedo ululó y alargó la mano.
Goa se fijó en los dedos con ventosas y una mirada de disgusto atravesó su cara. «Hasta las manos del chico huelen raro». Tocó escrupulosamente la mano de Greedo con la suya propia.
Trato, –dijo–. Vamos, te pediré otra quemadura solar en la barra… te presentaré a alguno de los chicos.
«El tonto del chico cayó –pensó Goa, mientras se abría paso hacia la barra del bar–. Conseguí quedarme con su participación y todo lo que tengo que hacer es decirle unos pocos “secretos” y lo más probable es que consiga hacerlo bien por sí solo en un mes o dos… Bueno, quién sabe, tal vez será un buen cazarrecompensas… ¡Creo que he visto nunca que un rodiano sea bueno en nada que no sea matar ugnaughts desarmados!»




7. Vader


A quince mil kilómetros de la luna espaciopuerto, a la sombra del luminoso planeta de los hutt, el vacío estrellado se rompió y una poderosa nave de guerra triangular surgió del hiperespacio.
Un destructor estelar.
Mientras el enorme navío se movía en una órbita estacionaria sobre Nal Hutta, los soldados de choque imperiales respondían al toque de formación, ajustándose la blanca armadura corporal y sacando de las fundas cargadoras los fusiles bláster cargados.
Las botas de los soldados resonaban en la plataforma de lanzamiento mientras corrían a la formación próxima a las dos lanzaderas de asalto Gamma camufladas que los transportarían a la luna espaciopuerto.
En lo alto, en el alcázar del destructor estelar Venganza, el comandante de la misión recibía las instrucciones finales de una imponente figura completamente recubierta por una armadura negra. La voz profunda de la figura resonaba a través de una mascarilla de respiración electrónica.
Quiero prisioneros, Capitán. Los rebeldes muertos no me dirán donde están enviando esas armas. –El amenazante silbido de la grotesca mascarilla de respiración recalcaba la amenaza implícita en la voz y en las palabras.
Sí, Lord Vader. Será como ordene. El incidente de Datar fue desafortunado, señor. Los rebeldes nos combatieron hasta el último hombre.
Hemos perdido el elemento sorpresa, capitán. El Vicealmirante Slenn pagó ese error con su vida. Esta vez no habrá errores. Esta vez los rebeldes no deben saber que venimos. ¿Están preparadas las lanzaderas de asalto?
Sí, Lord Vader. He tenido que camuflarlas como si fueran cargueros ligeros, señor. Nuestros agentes han obtenido los necesarios códigos de acoplamiento prioritarios del Control del Puerto. Tenemos libertad para entrar en el Sector Corelliano de Nar Shaddaa a cualquier hora que queramos.
Bien. Parta de una vez, encuentre el enclave enemigo y capture tantos rebeldes como pueda. Les seguiré en cuanto la situación sea segura.
Muy bien, señor. La misión se pondrá en marcha de inmediato.




Cuando el centinela de la Fuerza Especial Rebelde Spane Covis vio los dos desgastados cargueros de mercancías pasar descendiendo por el desfiladero de vuelo y entrar en el Nivel 88, no pensó nada al respecto.
Desde su puesto en un mirador alquilado en la Torre Uno del Puerto, se suponía que Covis alertaría a su comandante si una circulación inusual de naves entraba en las inmediaciones. Era un trabajo aburrido. No ocurría nada fuera de lo normal. La atención de Covis estaba funcionando sobre el treinta por ciento.
Entonces cayó en la cuenta: el blindaje era totalmente incorrecto. Las puertas de carga eran demasiado pequeñas. «Nunca había visto cargueros con una configuración como esa».
Covis agarró su intercomunicador y gritó:
¡Perro Estelar Uno, aquí Dewback!
Adelante, Dewback, ¿Cuál es el problema?
Vigila tu cola, Perro Estelar. ¡Dos rancores en casa!
Los tenemos, Dewback.




Veinte comandos rebeldes ya habían tomado posiciones dentro del almacén, con sus sensores de vigilancia escaneando la calle, cuando los Gammas camuflados retumbaron a la vista.
En la parte de atrás del cavernoso edificio, otro grupo de infantería de la Fuerza Especial cargaba la bodega de un enorme transporte Z-10, despejando el almacén de tanto armamento como podían antes de que comenzara el tiroteo.
En el mismo centro del almacén, detrás de un escudo contra bláster pesado, un cañón de iones de campaña C4-CZN estaba girando en posición.
El elemento sorpresa que esperaban los Imperiales había desaparecido.
El tiroteo en el Nivel 88 fue muy intenso y todo ocurrió muy rápido.




La madre de Greedo, Neela, oyó un estruendo estremecedor y corrió hacia la ventana de la reconstruida ventilación de salida de humos donde vivían ella y sus hijos, en una maraña de estructuras apretujadas en un extremo del distrito del almacén.
En ese momento una de las lanzaderas de asalto Gamma se transformó en vapor llameante, haciéndose una esfera de luz y energía que se expandió en un fogonazo, inflamando ambos lados de la calle. La bola de fuego verde quemó los grandes ojos de Neela. Se volvió y echó a correr chillado al fondo del apartamento.
La otra Gamma encendió dos turbocompensores gemelos y la fachada del almacén rebelde se hizo añicos y reventó. La tripulación de la lanzadera bajó por la rampa. Las tropas de choque imperiales emergieron disparando.
Otra descarga del cañón de iones C4 y la segunda Gamma fue historia. Se produjo una lluvia cruzada de disparos de bláster, cayeron sesenta soldados de choque y el combate terminó. El resto se rindió.




Greedo andaba por ahí con Goa y Dyyz y un grupo de cazarrecompensas en el Nivel 92. Los cazadores tenían noticias de que se había hecho pública una lista de buscados por un importante señor del hampa. El hutt estaba asignando trabajos de cobros por orden de llegada, formalizados mediante contratos firmados.
De repente las sirenas de emergencia comenzaron a resonar y Greedo vio chalanas contra incendios corellianas descendiendo por el desfiladero de vuelo, con destellos estroboscópicos rojos.
Parece que a los imps les llegó nuestro mensaje, –dijo Jabalí, haciendo un guiño de complicidad a Greedo.
Greedo trató de sonar despreocupado.
Sí, tal vez. Podría ser sólo otro fuego iniciado por los Moradores de la Penumbra xvi. –Entonces el humo empezó a subir por el desfiladero y Greedo comenzó a preocuparse.
A Greedo no se le había ocurrido hasta después de haberle contado a Goa y Dyyz lo de los traficantes de armas rebeldes que eso podría ser peligroso para su gente. Los refugiados rodianos vivían y trabajaban en el Nivel 88, ellos estarían en la trayectoria de cualquier ataque de las tropas de asalto imperiales.
Uh… supongo que yo… uh, te veré luego, Jabalí. A ti también, Dyyz. Tengo que ocuparme de algunos asuntos.
Goa levantó una ceja.
Claro, chico. Yo y Dyyz lo más probable es nos piremos a Tatooine esta noche, así que si no te veo, ¡buena suerte!
¡Tatooine! ¡Los contratos del hutt!” Greedo se alejó sintiéndose enfadado y traicionado porque Goa no le hubiera invitado a ir con él. Hasta ahora le había dado muy poco entrenamiento–. «Y se había quedado mi parte de la recompensa».
Greedo empezó a darse la vuelta para rogarle a Jabalí y a Dyyz que le llevaran a Tatooine. Entonces el rostro de su madre gritando inundó su mente de repente. En lugar de volverse, Greedo comenzó a correr hacia el elevador por repulsión más cercano.
Greedo entró en el elevador y le dio al botón que marcaba “88”. El elevador cayó como una piedra, parando suavemente unos pocos segundos después en el Nivel 88. Sonó una alarma y las puertas del elevador se negaron a abrirse. Sensores automáticos habían bloqueado las puertas del elevador en ese nivel.
Mirando a través de la puerta transparente, Greedo vio por qué, la calle era una masa de humo y llamas. Las chalanas contra incendios corellianas estaban luchando contra el fuego con pulverizadores químicos y haciendo progresos con rapidez.
Greedo trató de atisbar a través del humo para ver si el complejo de la morada de su familia estaba en llamas. Los rodianos vivían justo detrás del núcleo de residuos. Greedo no podía ver a esa distancia, pero supuso que todo estaba bien. Sólo el almacén rebelde y los edificios al otro lado de la calle estaban ardiendo.
Greedo se relajó y empezó a disfrutar de la escena que tenía delante de él. Podía ver a rebeldes ayudando a los bomberos y empezó a preguntarse qué había pasado ahí exactamente. Los únicos soldados de asalto visibles estaban tendidos sobre sus espaldas, con el casco hecho añicos.
Justo entonces Greedo oyó el sonido de metal arrancado y vio a los bomberos girarse hacia el desfiladero de vuelo, que estaba fuera de su línea de visión. Las caras de los bomberos cambiaron expresando miedo y un segundo después una enorme máquina de guerra negra flotaba a la vista, vomitando disparos láser desde diez puntos diferentes de su intrincada superficie.
La máquina era un monstruoso instrumento de muerte, con forma de cangrejo, con pinzas desgarradoras a derecha e izquierda, una falange de armas de ráfagas a proa y popa, y en el centro un puente de mando asegurado tras blindaje pesado, más o menos donde estaría la boca del cangrejo. Flotaba con energía repulsora, se movía con mucha rapidez y mataba todo a su paso.
Greedo aporreó la puerta del elevador. Aún no podía abrirse. Parte de él estaba triste de que no pudiera abrirse. Parte de él quería marcharse. Esa parte de él golpeó el botón del Nivel 92. «Mi familia estará bien. Sólo van a morir los rebeldes».
Cuando el elevador subió lejos de la matanza, Greedo alcanzó a ver por última vez la Máquina de la Muerte mientras vomitaba un grueso chorro blanco de energía caliente dentro del almacén rebelde. Entonces su visión quedó bloqueada al moverse entre dos niveles.
Un momento después tembló todo el sector como si hubiera sido golpeado por un asteroide.




Greedo salió a trompicones a la calle del Nivel 92 e inmediatamente cayó de bruces. La calle se agitó y tembló y un estruendo terrible llenó el aire. La gente huía corriendo o agarrándose a los vehículos que pasaban dando tumbos, dirigiéndose hacia el desfiladero de vuelo.
Mientras luchaba por incorporarse, Greedo vio a los cazarrecompensas moviéndose juntos hacia la plataforma de aparcamiento reservado donde todos tenían guardadas sus naves. Vio a Dyyz Nataz pero no podía divisar a Jabalí Goa.
Una mano enguantada agarró el hombro de Greedo. Levantó la vista hacia la cara con pico ancho de su amigo.
Si sabes lo que te conviene, chico, te vendrás conmigo y con Dyyz. Los imps están de mal humor por algo. Creo que los rebeldes les dieron más guerra de la que esperaban.
Mi gente… No puedo dejar a mi familia… mi pueblo.
No te preocupes por tu familia, chico. Si vas a ser cazarrecompensas, vas a tener que despedirte de la familia, tarde o temprano. Ahora es tan buen momento como cualquier otro… Además, probablemente estarán bien.
Jabalí Goa echó una mirada inquisitiva a Greedo y después se alejó, seguido a Dyyz hacia su nave.
Greedo se quedó de pie y miró como se iba Jabalí, tratando poner en orden su mente, tratando de decidir qué es lo que quería de verdad.
Quería ser cazarrecompensas.




El crucero de líneas elegantes Nova Víbora se elevó con el grupo de naves cazarrecompensas que se dirigían fuera del puerto, haciendo cola para la autorización de salto.
Las autorizaciones no llegaban. El Control del Puerto estaba preocupado.
Así que las naves saltaron de todas formas.
Lo último que vieron Goa, Dyyz y Greedo fue el colapso de una cuarta parte completa del sector corelliano, planta tras planta, con un magnifico destello y estruendo.
¡Vaya! ¡Deben haber desaparecido veinte niveles! –gritó Dyyz–. Acaba de morir un montón de buena gente, Goa.
Y nosotros estamos vivos… ¿verdad, Greedo?
Greedo no contestó. Sólo se quedó mirando la creciente conflagración, la sucesión de bolas de fuego, las hinchadas nubes de humo negro.
El ordenador de navegación seleccionó Tatooine.
Hicieron el salto.




8. Mos Eisley


Una enorme figura con armadura estaba de pie en la entrada de la oscura y ruidosa cantina, inspeccionando la variopinta muchedumbre con ojos electrónicos rojos brillantes.
Eh, ¿no es ése Gorm el Desintegrador? ¿Qué está haciendo aquí? ¡Creí que le habíamos matado!
Claro… mi amigo Greedo frió su motivador. Pero Gorm tiene biocomponentes de seis alienígenas distintos. La única forma de matarle es vaporizar el ensamblaje entero.
Dyyz Nataz refunfuñó.
¿Por qué no me dijiste eso, Goa? Podía haber terminado con él. ¡Ahora tenemos que preocuparnos de que nos ataque por los créditos que le debemos!
Tómatelo con calma, Dyyz. Jodo Kast acaba de contarme que Jabba le dio a Gorm el trabajo más goloso de la lista de buscados – cincuenta mil créditos por traer a Zardra.
¿Estás de guasa? Zardra es una cazarrecompensas. ¿Qué tiene Jabba contra ella?
Los tres estaban sentados en las sombras llenas de humo de la Cantina de Mos Eisley, bebiendo a sorbos pica nubarrón xvii verde y mirando deambular a los cazarrecompensas de toda la galaxia: weequays, aqualish, arcona, defels, kauronianos, fennebs, cabezas de púas, bomodones, alferidianos y los inevitables ganks. Greedo incluso vio un par de rodianos. Ellos saludaron con la cabeza en su dirección, pero no les devolvió el saludo. Hace mucho tiempo que había aprendido que los rodianos desconocidos podían ser peligrosos.
Entraron un corelliano chulito y un wookiee grande y se quedaron de pie en los escalones de la entrada durante un minuto, observando a la multitud. Greedo reconoció a los contrabandistas con los que se había topado en el garaje de Ninx en Nar Shaddaa. Sintió crecer dentro de él un rencor exasperante al ver a los dos.
Entonces el corelliano se volvió y salió de la cantina, y el wookiee le siguió. Dyyz Nataz resopló:
Bien, Solo. Estás en el lugar equivocado, amigo.
¿Han Solo? ¿Está aquí? –Jabalí Goa se giró en redondo en su silla y miró por todo el recinto.
Sí. Solo y su compinche wookiee Chewbacca entraron, echaron un vistazo y salieron. Solo está en la lista de Jabba, ya sabes. ¡Si yo fuera él, haría como si fuera una rana espacial y saltaría a otra galaxia! –Dyyz se tomó un buen trago de nubarrón– Ahora, ¿qué pasa con esa Zardra? ¿Qué hizo para valer cincuenta para Jabba?
Goa se volvió a sus dos compañeros y levantó su copa. Para ser un planeta completamente seco, Tatooine, fabricaba algunas de las mejores bebidas de la galaxia; caras, pero muy ricas.
Por Zardra –dijo, y bebió, después se limpió la boca con su mano enguantada.
»Zardra y Jodo Kast estaban en una cacería en el sistema Stenness, buscando un par de piratas de especia llamados los hermanos Thig. Los Thig estaban armados hasta los dientes con blásteres imperiales que habían robado de un depósito de suministros militares. Jodo le dijo a Zardra “¿Por qué no nos separamos? Haré correr la voz por los puertos de que estoy siguiendo a los Thig… y vosotros estaréis fuera de la vista. Los Thig estarán deseando pelear, conozco a esos tipos. Vendrán a buscarme, organizaré una pequeña confrontación y vosotros les atacaréis por sorpresa. Dejarlos solamente sin sentido, ya sabéis. Los agarraremos con vida”.
»Jodo sabía que él podía contar con Zardra. Es tan intrépida como ellos y una tiradora de primera con un láser aturdidor.
Sí. La he visto en acción. La mejor. ¿Qué ocurrió entonces?
Todo ese tiempo Greedo estaba sin decir nada. Estaba saboreando el comentario de Dyyz sobre que Solo estaba en la lista de Jabba. Imágenes de venganza a medio formar se esbozaban en su mente. Estaba contento sentado escuchando a sus amigos y mirando a la multitud de cazarrecompensas. «Yo soy uno de ellos –pensó–. Spurch va a llevarme a conocer a Jabba… Jabba necesita buenos cazadores en este momento… a montones. Jabba me necesita».
Entonces Gorm el Desintegrador se puso de pie y recorrió con la vista el recinto con sus ojos rojos electrónicos. Greedo se agachó y ocultó la cara con su mano. Mirando entre dos dedos con ventosas, vio al gran cazarrecompensas y caminar con aire arrogante hacia la entrada.
Ahí va Gorm –dijo Greedo, alertando a sus amigos.
¿Ah… sí? Adiós y buen viaje, digo. Irá de camino a encontrarse con Zardra. ¡Espero que lo reduzca a escoria!
Tal vez deberíamos advertir a Zardra, Jabalí.
No te preocupes, ella lo sabe. Ella tiene un montón de amigos en nuestra línea de trabajo. Apuesto un buen filete de krayt que Jodo ya ha hablado con ella.
Probablemente tengas razón… ¿Qué hay del resto de la historia? ¿Por qué Jabba el hutt le paga a Gorm cincuenta mil por matar a Zardra?
Fácil. ¡Ella mató a un hutt, por eso! Cuando los hermanos Thig vinieron a buscando a Jodo, le encontraron esperando en la Sombra Roja; que es una taberna de Taboon, un antro situado en un planeta donde nadie salvo los nessies podría vivir. El problema fue que un hutt llamado Mageye estaba de paso, de camino a cerrar un trato con el viejo BolBol, otro hutt que prácticamente era el amo del Sistema Stenness.
Oh, ya caigo. ¿Mageye fue cogido en el fuego cruzado? –Dyyz hizo un ruido de bostezo tras su máscara.
Peor. Mageye era transportado a la taberna en un palanquín, ya ves, por cinco de esos fornidos weequays. Comenzó el alboroto, los Thigs estaban disparando a todo lo que se movía, dos weequays fueron alcanzados, soltaron el palanquín y el gusano cayó rodando… ¡justo encima de Zardra!
¡Ja! ¡Pobre Zardra!
Pobre Mageye. Zardra llevaba puesta armadura completa, pero aún así estaba siendo aplastada y las babas y el hedor casi le asfixia… ¡Así que ella saca de su bolsillo un detonador termal de calibre seis y lo hace estallar dentro de la boca del hutt!
Goa se detuvo para impresionar, dejando que sus oyentes se formaran una imagen de lo que ocurrió a continuación. Greedo hizo un suave sonido ululante. Dyyz emitió un ruido de nudo en la garganta. Goa tomó su nubarrón y tragó.
Les llevó un mes limpiar el desastre, chicos –Goa bebió más nubarrón y su pico cubierto de espuma hizo un ruido chasqueante de satisfacción.
Uh… genial. Buena historia, Jabalí –dijo Dyyz, riendo–. ¿Así que cuando nos toca ser recibidos por Jabba?
Goa miró su cronómetro.
De hecho, llegamos tarde –dijo–. Pongámonos en movimiento.




9. Jabba


Jabba el hutt, gángster preeminente, estaba recibiendo candidatos en su casa de la ciudad, a un paseo corto de la cantina.
Se formó un violento vendaval en el desierto circundante, azotando nubes de polvo sobre Mos Eisley. Las angostas calles del espaciopuerto, estaban oscuras y asfixiantes de polvo. Los tres cazarrecompensas se tapaban la cara con capas protectoras mientras se apresuraban a su audiencia con el notorio hutt.
No sé cómo pueden mantener funcionando los droides en un lugar como este –dijo Dyyz–. Mi visor ya tiene tres centímetros de arena debajo.
A los granjeros de humedad se les dañan muchos droides –dijo Goa–. La arena se mete en las juntas, obstruye las aletas de refrigeración y los circuitos se queman. La mitad de la población vive de la chatarra, que es el principal producto de este ardiente y polvoriento planeta.
Dos robustos gamorreanos colmilludos bloqueaban la pesada rejilla de hierro que protegía el patio de la casa de la ciudad de Jabba. Las bestias parecidas a cerdos hicieron gruñidos amenazadores y blandieron hachas de batalla cuando los cazarrecompensas aparecieron de entre las calles oscuras. Pero Jabalí Goa no vaciló, rugiendo la contraseña que le habían dado antes. Los gamorreanos dieron un paso atrás inmediatamente.
La verja de puntas de lanza se alzó con el chirrido de engranajes ocultos y Goa avanzó despacio bajo las amenazadoras puntas con un petulante modo de andar. Dyyz y Greedo se quedaron atrás, esperando a ver qué le pasaba a su amigo. Goa se volvió y cacareó.
¿Qué pasa, Dyyz? ¿Tienes miedo del viejo Jabba? ¡Él es el amigo de los cazadores! ¡Vamos, Greedo, te enseñaré como hacerse rico!
De repente cuatro niktos de aspecto fiero salieron de las sombras del patio y apuntaron a Goa con picas bláster.
¡Nudd chaa! xviii ¡Kichawa joto! xix –gritó uno de ellos.
¡Vosotros qué sabéis! ¡Llegamos justo a tiempo! ¡Jabba está preparado para vernos! –Goa ignoró las picas y siguió sin miedo hacia la abertura resplandeciente del domicilio de Jabba. Los niktos bajaron sus armas y gruñeron algo ininteligible.
Dyyz y Greedo le siguieron, cautelosamente.




El estridente parloteo de la chusma galáctica que abarrotaba la sala de audiencias de Jabba era ensordecedor. Alienígenas y humanos, un centenar de especies diferentes, caras crispadas por la gula y la depravación, vistiendo un surtido variopinto de trajes de piloto espacial y ropa militar.
Todos los ojos se volvieron hacia los tres recién llegados. Greedo observó la grotesca concurrencia y se asombró; le pareció que sólo reconocía unas pocas especies de sus años en Nar Shaddaa.
¿Todos esos son cazarrecompensas? –gritó a Goa.
Nah. Tal vez la mitad de ellos más o menos. El resto sólo son aduladores aprovechados que disfrutan estando alrededor del hedor y la corrupción de Jabba.
Goa no estaba bromeando precisamente. Greedo notó que un olor rancio impregnaba la sala y en pocos segundos adivinó la fuente: el gran gusano, Jabba el hutt, instalado cómodamente sobre una plataforma a su derecha, chupando de una intrincada pipa de agua.
Greedo había visto muchos hutts en las calles de Nar Shaddaa. Pero nunca había estado con uno en un espacio cerrado. Se le revolvió el estómago y retrocedió ante la vista y el olor de la masa miasmática del gran gángster, adulado por empalagosos twi’leks y cabezas de púas y… rodianos. Sí, los dos rodianos que habían visto en la cantina estaban ante el gran Jabba, inclinados servilmente, como suplicantes en el palacio de un príncipe altanero. Un droide de protocolo plateado estaba traduciendo sus abyectos comentarios para el maloliente Jabba.
Quizás se están inclinando para vomitar –dijo Dyyz, leyendo los pensamientos de Greedo.
¿Cómo va a notar la diferencia un rodiano? –dijo Goa–. Los memos verdes apestan casi tan mal como Jabba.
Greedo echó una mirada sobresaltada a Goa. «¿Por qué ha dicho eso? ¿Para él sólo soy un “memo verde”?» –Decidió que Goa pretendía hacer un chiste burdo.
Cuando los dos rodianos se perdieron en la muchedumbre, el mayordomo Bib Fortuna lanzó una ojeada desconfiada hacia los nuevos visitantes. Con un casi imperceptible gesto de la cabeza, hizo una seña para que Goa, Dyyz y Greedo dieran un paso adelante.
Cuando los tres cazarrecompensas se movieron hasta la posición frente al gran gusano la chusma se calló. Todos querían ver si estaba a punto de ejecutarse una sentencia de muerte. Cuando se hizo aparente que estos sólo eran otro equipo de codiciosos cazarrecompensas, se reanudó el barullo.
¡Vifaa karibu uta chuba Jabba! xx –comenzó Goa, hablando en perfecto huttés. Él sabía que Jabba hablaba muchos idiomas con fluidez y usaba su droide de protocolo para los varios millones de otras formas de comunicación. Pero desebaba honrar al señor del crimen de todas las formas posibles.
¡Mojajpo chakula cha asubuhi! xxi –retumbó la voz del hutt, aparentemente complacido de ser tratado con respeto por escoria.
¿Qué ha dicho? –dijo Dyyz. –¿Qué has dicho?
Le he contado que es el montón de fango de pantano más repugnante de la galaxia. Él me ha dado las gracias por postrarme ante su hinchado viscoso y putrefacto cuerpo.
¿E-en serio? –susurró Greedo–. ¿Has dicho eso?
Goa te está tomando el pelo, chico. Si hubiera dicho cualquiera de esas cosas, seríamos carnada de rancor.
Goa volvió toda su atención al hutt, esperando que Jabba no hubiera escuchado el intercambio de cuchicheos.
Si lo había oído, Jabba no dio signos de ello. Empezó a reírse bastante jovialmente y se echó a la boca un retorcido gusano de las arenas. A Greedo casi le dan arcadas a la vista de la hinchada lengua, chorreando de babas. A esa distancia, no mayor de metro y medio, el repugnante olor del aliento de Jabba era insoportable.
El seboso cuerpo del hutt parecía soltar periódicamente una grasienta descarga, enviando nuevas oleadas de hedor putrefacto a los sensibles orificios nasales de Greedo.
¡Ne subul Greedo, pombo gek fultrh badda wanga! xxii –Goa puso una mano sobre el hombro de Greedo mientras presentaba a su protegido al ilustre gangster. Greedo hizo una reverencia nerviosamente, cuando los enormes ojos se volvieron hacia él, rebajándole a polvo espacial.
Jabba y Goa intercambiaron unas pocas frases y entonces Jabba pasó a soltar un largo monólogo que terminó con las palabras…
¿… kwa bo noodta du dedbeeta Han Solo? xxiii
Goa se volvió a Greedo y a Dyyz.
El gusano se ha dignado a ofrecernos la oportunidad de cazar a uno de sus más notorios deudores; ese pirata Han Solo. Solo sostiene que perdió un cargamento de especia cuando fue abordado por los imps. Pero Jabba cree que Solo vendió la especia y se quedó con el dinero. Esto es un trabajo de cobro; Jabba quiere ese dinero.
No quiero problemas con Solo –dijo Dyyz–. Tiene demasiadas formas de vengarse… incluso después de muerto.
Yo puedo tratar con él –dijo Greedo–. Sólo es un contrabandista de especia corelliano de poca monta que se cree alguien. Me robó una chaqueta de piel de rancor. Atraparé a Solo.
Jabalí Goa miró a Greedo un momento y entonces le dio una palmada en la espalda.
De acuerdo, chico. ¡Eso es lo que quería escuchar! ¡Esta será una buena misión para echar los dientes de leche, porque Solo está en Tatooine! Le vimos hoy en la cantina, ¿te acuerdas? Incluso podría darte algún apoyo. Si lleva el dinero encima, lo obtendrás fácilmente.
Dyyz resopló.
Genial, tú ayuda al chico. Yo no quiero tener nada que ver con eso… Ahora, ¿qué pasa con nosotros? ¿Vas a arreglar un par de tratos para nosotros o vas a desperdiciar todo el viaje en el chico?
Vale, eso está hecho. –Goa intercambió unas pocas palabras más con Jabba y entonces Fortuna pasó a los cazarrecompensas tres rollos, los contratos oficiales asignándoles “derechos de caza” exclusivos por un período de dos meses de Tatooine. El rollo de Solo era por un período mucho más corto, debido al hecho de que Jabba estaba ansioso por eliminar una deuda que había permanecido sin cobrar demasiado tiempo.
A la señal de Fortuna, los tres cazarrecompensas hicieron una reverencia ceremoniosamente y retrocedieron haciendo sitio al siguiente equipo de solicitantes de empleo; un desagradable humano llamado Dace Bonearm y su droide asesino modelo IG.




Greedo se encontró separado de Goa y Dyyz, cuando se perdieron en la abarrotada sala de audiencias. Greedo se abrió paso hasta un lugar en una esquina, cerca del bar. Sin ser preguntado, el camarero aqualish deslizó un vaso lleno hasta el borde hacia donde estaba. Greedo se sintió orgulloso de sí mismo mientras apoyaba su espalda contra la pared y sorbía la espesa quemadura solar de Tatooine.
Al otro lado de la habitación podía ver a Dyyz, de pie cerca de un cazador llamado Dengar, que Greedo recordaba de Nar Shaddaa. Estaban examinando sus rollos y comparando anotaciones.
Jabalí Goa estaba inmerso en una conversación con uno de los rodianos. Greedo sintió una punzada de celos, viendo a su mentor hablando con otro cazarrecompensas rodiano.
«Soy un cazarrecompensas –pensó–. Voy a acechar a mi presa, cobraré la recompensa y empezaré a hacerme una reputación».
Voy a ser el cazarrecompensas rodiano más duro que haya habido.
«Me pregunto de que están hablando ese rodiano y Goa». –Vio a Goa mirando hacia él, entonces los ojos del rodiano se encontraron con los suyos y Greedo se dio cuenta de que estaban hablando de él. Al principio, se sintió incómodo siendo observado por el rodiano desconocido. Entonces Goa hizo señas y el rodiano levantó la mano, con las ventosas hacia afuera, en un gesto de hermandad.
Greedo sonrió con orgullo. «Bien, están hablando sobre mí; Greedo el cazarrecompensas».




10. Solo


¡RRUUARRRNN! xxiv –El wookiee dejó caer con estrépito un puño peludo sobre el generador de escudo del Halcón Milenario y echó hacia atrás su máscara de soldar.
¡Cálmate, Chewie! Yo quiero salir de esta bola de suciedad tanto como tú. Pero sin deflectores somos presa fácil para piratas de especia e imps entrometidos.
¿Hwuarrn? ¿Nnrruahhnm? xxv
Vale. Jabba está montando la mayor cacería de recompensas del sector, y tú te acabas de enterar que nuestros nombres están circulando por todo el desierto. Esa es otra razón para golpear esa ensambladura. Pero como yo digo, si la nave hubiera estado bajo cubierto durante la tormenta de arena, no estaríamos en este apuro.
Han Solo terminó de limpiar de arena los reguladores de aluvio con la aspiradora y se secó la frente con la manga. «¿Por qué un tipo libre y sin ataduras como yo siempre termino en planetas perdidos como este, cuando podría estar disfrutando de la brisa del océano de cualquier centro turístico de juego del universo?»
«Porque no soy muy bueno en el sabacc –pensó–. A veces tengo suerte, sí. Pero no muy a menudo. Al contrario que alguna gente que conozco, voy a trabajar toda la vida».
Chewbacca hizo un tenue gruñido de advertencia y Solo levantó la cabeza y miró alrededor. Dos bulbosos ojos de múltiples caras sobresaliendo de una bola verde de carne con púas le miraban fijamente. El cuerpo humanoide vestido de piel bajo la cabeza sostenía un bláster con dedos de múltiples ventosas.
¿Han Solo? –La voz procedente del largo hocico habló a través de un traductor electrónico.
¿Quién quiere saberlo? –Han sabía quién quería saberlo. Un rodiano con un bláster siempre es un cazarrecompensas… o un cobrador de facturas.
Greedo. Trabajo para Jabba el hutt.
Greedo… oh sí, te recuerdo, el chico que intentó robar mis acopladores de energía. Vale, me alegro por ti, así que ahora trabajas para Jabba. A propósito, yo entiendo rodiano, así que puedes apagar la caja de graznidos.
Han bajó del andamiaje tan tranquilamente como pudo y recogió un trapo para limpiarse las manos. Oculto en el trapo estaba un pequeño bláster Telltring-7, cuidadosamente situado allí justo para esta eventualidad. Afortunadamente no tenía que usarlo; su boca era su mejor arma.
Escucha… dile a Jabba la verdad, que vine a Tatooine por una única razón: pagarle.
Greedo desconectó el traductor. Goa había sugerido que lo usara para asegurarse de que el “cliente” entendía completamente la gravedad de la situación. Pero si Solo realmente entendía rodiano, podría usar amenazas rodianas intraducibles.
Neshki J'ba klulta ntuz tch krast, Solo xxvi. –Jabba no cree que los parásitos de la columna vertebral digan la verdad, Solo.
Sí, bueno, ¿qué sabrá ese sobrealimentado con forma de bicho? ¿De verdad crees que me acercaría siquiera a este lugar si no tuviera el dinero?
La mano de Greedo apretaba su pistola. No estaba seguro si insultar a su patrón requería una acción especial por parte de un cazarrecompensas. Aunque lo que dijo Solo acerca de su estancia en Tatooine era lógico, pensó. Si alguien anduviera tras tu pellejo, ¿volarías para meterte en su bolsillo trasero? Esto va a ir como la seda.
Skak, trn kras ka noota, Solo xxvii. –De acuerdo, entonces dame el dinero, Solo–. Vnu sna Greedo vorskl ta xxviii. –Luego Greedo se irá por su camino.
Sí, ¿sabes qué, Greedo?… ¿Sabes qué? Eso no es tan sencillo. La pasta está atornillada aquí adentro del armazón del Halcón. Un escondrijo secreto. ¿Entiendes? ¿Por qué no vuelves mañana por la mañana y te lo entrego? Será pan comido. ¿Cómo te suena eso?
Nvtuta bork te ptu motta. Tni snato xxix. –No, ve a buscarlo ahora mismo. Esperaré.
«No voy a dejar que este pez de los barrancos se escape de mi alcance –pensó Greedo–… especialmente con Jabalí mirándome desde las sombras».
No puedo ir a buscarlo ahora mismo. Escucha, si puedes esperar hasta mañana, te daré una pequeña bonificación; un par de miles de créditos sólo para ti. ¿Qué tal te suena eso?
Eso sonaba bien.
Prog mnete enyaz ftt save shuss xxx. –Que sean cuatro mil créditos.
¿Cuatro mil? ¿Estás loco?... Oh, de acuerdo, me tienes entre la espada y la pared, amigo. Lo haremos a tu modo. Cuatro mil para ti, a primera hora de la mañana. Ese es el trato.
Sin más palabra, Sólo le volvió la espalda al cazarrecompensas y empezó a limpiar una llave inglesa. Mantenía el pequeño bláster en la palma de la mano, sólo por si el chico verde cambiaba de opinión. Pero un minuto después Chewie le dio su gruñido de “todo despejado” y Solo se relajó.
Genial, Chewie. ¿Te puedes creer qué cara tiene ese tipo? Ahora vamos a terminar de preparar la nave esta noche. Cuando ese gamberro vuelva mañana por la mañana, ¡todo lo que va a encontrar es una gran mancha de grasa en el suelo del hangar!




Jabalí Goa sorbió una luz de estrellas sorpresa xxxi y echó un vistazo por toda la cantina de Mos Eisley. La multitud de cazarrecompensas estaba mermando. Muchos cazadores habían conseguido sus contratos y se habían marchado. Algunos de ellos probablemente ya estaban acechando a sus objetivos en las calles de ciudades a miles de pársecs xxxii.
Solo no piensa pagarte –dijo, mirando a su protegido–. ¿No lo captas? Es una evasiva.
Jabalí se fijó en los dos rodianos que estaban sentados en el reservado cercano a la entrada. Le saludaron con la cabeza y él le devolvió el saludo.
Deberías conocer a esos dos rodianos, Greedo. Son buenos cazadores. Apuesto que pueden enseñarte cosas que incluso yo no sé. ¿Quieres que te los presente?
Greedo bajó la mirada a su bebida. «Goa no sabe nada sobre las guerras de clanes. Nunca se lo conté. No sabe de la época en que llegaron las naves cazando a los refugiados Tetsus. Los Tetsus no hablan con rodianos extraños. Él no sabe eso, porque yo se lo conté nunca».
«Sí, ¿pero cual es la cuestión? Ahora soy un cazarrecompensas, eso es lo importante. Los cazarrecompensas andan juntos, beben juntos, intercambian historias de combate, se ayudan a salir de los aprietos. Así, después de que haga mi primera caza, después de que Solo me pague y le pase el dinero a Jabba, después de que la noticia empiece a circular… entonces haré amigo de esos tipos. Ellos me respetarán, tomaremos un trago juntos, me contarán algunas grandes historias y yo les contaré como salvé a Dyyz y Goa disparando a Gorm justo en sus tripas electrónicas».
–… pues, como digo, Greedo, todo trato con Jabba tiene dos caras. Esa es mi lección de hoy. Si cobras la deuda, tendrás buenas relaciones con Jabba. Pero si le fallas a Jabba, estás prácticamente muerto.
Greedo trató de hablar con tono despreocupado.
No te preocupes, Jabalí. Solo pagará. Primero nos enteraremos con seguridad si lleva el dinero. Después, si no lo entrega, lo mataré y lo cogeré… ¿Aún vas a actuar de apoyo en caso de que el wookiee intente algo?
Claro. Ese es el plan, ¿no?
Wknuto, Goa xxxiii. –Gracias, Goa.




La nave de Han Solo, el Halcón Milenario, estaba todavía posada en el hangar de reparaciones cuando Greedo caminaba poco antes de la salida del sol a la mañana siguiente.
A Han Solo no se le veía por ninguna parte. Greedo trató de abrir la escotilla del Halcón, pero estaba bloqueada mediante un código.
Greedo y Goa finalmente encontraron a Solo y al wookiee desayunando en una pequeña cafetería al aire libre detrás de los establos de los dewback.
Greedo tenía la mano en su pistola reforzada, pero no se molestó en quitar el seguro porque Goa tenía un rifle apuntando a la presa desde el callejón al otro lado de la calle.
¿Rylun pa getpa gushu, Solo? xxxiv –¿Disfrutas de tu desayuno, Solo?
Greedo trató de sonar con un tono duro y tranquilo, pero de hecho se estaba poniendo tenso. Si Solo se largaba sin pagar hoy, no sabría lo que hacer. Jabba no se pondría contento si mataba a Solo sin cobrar la deuda. El contrato era por el dinero, no por el cadáver.
¡Greedo! ¡Te he estado buscando por todas partes! ¿Has decidido quedarte durmiendo hasta tarde hoy? –Han se rió consigo mismo y tomó otro bocado de filete de dewback. Chewbacca arqueó una ceja y ladeó la cabeza. Tenía su ballesta apoyada contra su pierna, cargada y preparada.
Fna ho koru gep, Solo. Kras ka noota xxxv. –No tiene gracia, Solo. Dame el dinero.
Por supuesto. El dinero. Encantado de complacerte. ¿Quieres antes algo de comer primero? Tienes pinta de que no te vendría mal una buena comida.
Greedo se dio cuenta de que Solo estaba tomándole el pelo y una ira repentina brilló en sus venas. Impulsivamente extendió la mano y agarró a Solo por la camisa.
¡Ka noota! ¿Grot pleno ka Jabba spulta? xxxvi –¡El dinero! ¿O prefieres explicárselo a Jabba personalmente?
¡NNRRARRG! xxxvii–Instantáneamente Chewie estaba de pie, con un enorme brazo peludo alrededor del cuello de Greedo y el otro agarrando fuertemente la mano con el bláster del cazarrecompensas.
¡Nfuto…! xxxviii
Gracias, Chewie. –Han se puso de pie y se limpió la boca con una servilleta con tranquilidad. Extendió la mano y cogió el arma de Greedo, hizo crujir la apertura de la recámara y quitó la célula de energía. Le devolvió el bláster inservible a Greedo.
¿Sabes, chico? Casi estabas empezando a caerme bien. Ahora no estoy tan seguro. Déjame darte un sabio consejo. Mantente alejado de babosas como Jabba. Encuentra una forma honrada de ganarte la vida… Déjale que se vaya, Chewie.
¡Hnnruaahn! xxxix–Chewie soltó su agarre y Greedo cayó hacia delante. Han se apartó del camino y Greedo cayó contra la mesa, estrellando la vajilla contra el suelo.
¿Te parece bonito? ¿De dónde sacará Jabba a estos gamberros? ¿Y el tipo del callejón al otro lado de la calle, Chewie?
¡Hwarrun! xl
Desaparecido, ¿eh? Probablemente otro arrastra-recompensas al que le falta un hervor. ¡Uno hubiera pensado que Jabba podría contratar a los mejores para rastrear a un tipo como yo!
Hurrwan nwrunnh xli.
Sí, estoy de acuerdo. Estamos jugando con fuego quedándonos por aquí. El Halcón está preparado; podríamos haber despegado esta mañana si Taggart hubiera cumplido su promesa. Si no aparece antes de mañana con ese cargamento de brillestim que quiere trasladar, somos historia, ¿estás de acuerdo?
¡WNHUARRN! xlii
Eso mismo pensé.




A Jabba el hutt no le hizo ninguna gracia.
¡Kubwa funga na jibo! xliii –¡Dijiste que esta miserable verruga inexperta podía cobrarle a Solo! ¡Debería meteros a ambos en mi mazmorra privada y dejar que os pudráis!
O algo parecido. El gran gusano resopló, rugió y soltó groserías. A cada lado de la plataforma de su trono, weequays y niktos blandían sus armas de forma amenazante. Como de costumbre, el salón de audiencias de Jabba estaba abarrotado de la escoria de un centenar de civilizaciones galácticas.
Jabalí Goa estaba abatido. Se humillaba descaradamente ante el hinchado y babeante señor del crimen. Mientras lo hacía, se arrepentía de volver a traer a Greedo aquí sin el botín. Pero tenía que pedir otra audiencia para persuadir a Jabba de que dejara a Greedo matar a Solo sin cobrar la deuda. Esa era la clave. Ahora las palabras salieron en un suspiro; ¡tenía que decirlo todo antes de que Jabba dictara sentencia de muerte para ellos!
Oh, incomparable Jabba, como tú bien sabes, Han Solo, ese despreciable pedazo de estiércol de dianoga, es un tipo muy difícil. ¿Podría sugerir que permitas a mi protegido matar a Solo sin más y aceptar su nave en pago de la deuda?
Jabba resopló y chupó de su pipa de agua pensativamente. Entonces pareció ponerse de buen humor, si es que eso era posible.
Ne voota kinja xliv. –A Jabba le gusta tu sugerencia. Perdonará la superflua vida de tu protegido.
Miró directamente a Greedo antes de hablar de nuevo. A una señal de Jabba, el droide de protocolo plateado K-8LR, levantó más la voz y tradujo todas las malvadas palabras al idioma rodiano:
Puedes traerme a Solo, para que así pueda matarle, o bien puedes matarle tu mismo y entregarme los papeles de su nave. Jabba ha visto en su sabiduría que esto debe ser así.
Greedo dio un suspiro de alivio y se inclinó servilmente.
Gracias, gran Jabba. Tu sabiduría es…
¡Na kungo! xlv ¡Pero más vale que trabajes rápido! Ahora declaro una recompensa abierta por Han Solo. ¡Y aumento el precio de su cabeza a cien mil créditos!
¡Cien mil! –dijo Goa–. Todos los cazarrecompensas del…
Sí. Es cierto. ¡Si tu protegido no puede coger a Solo, con toda seguridad algún otro lo hará!
Entonces Jabba se inclinó hacia delante y clavó una vez más sus malevolentes ojos en Greedo.
Y si no cumples nuestro trato, más vale que empieces a correr, pequeño insecto verde. ¡Tráeme a Solo, vivo o muerto!




11. La cantina


Hoy había música en vivo. Los clientes estaban de mal humor.
Greedo y Goa se sentaron en un reservado cercano a la entrada. Cuando Solo y el wookiee entraron, Solo fingió no verles, pero Chewbacca articuló un bajo gruñido cuando pasó al lado de Greedo.
Ellos saben que estamos aquí, Jabalí.
Sí. Esa es la idea. ¿Estás preparado para ejecutar el plan?
Nchtha zno ta. Fnrt pwusko vtulla pa xlvi. –No estoy seguro. Tengo un mal presentimiento.
Bien, si no estás preparado sugiero que nos dirijamos al hiperespacio, antes de que Jabba se entere. Tengo trabajo que hacer.
¿Dónde está Dyyz?
Se fue esta mañana. Se enganchó de paquete a 4-Lom y Zuckuss. Dyyz tiene un suculento contrato: un caudillo que ha decidido desalojar a los hutts del sistema Kommor.
Parece un trabajo difícil.
Muy difícil. Pero Dyyz Nataz es el hombre indicado para hacerlo. Y tú eres el cazador apropiado para liquidar a Solo, Greedo mi chico. ¿Estás preparado?
Justo entonces se produjo un alboroto en la barra. Griterío, una refriega, luego el súbito resplandor y zumbido de una espada de luz. Un brazo desmembrado voló por el aire, aterrizando cerca de la silla de Greedo. La música se paró.
Greedo y Goa se habían fijado en el viejo y el chico al entrar y habían oído al camarero echar a los droides. Goa había notado la tranquila intensidad del viejo y un pensamiento atravesó su mente: Es viejo, pero no me gustaría medirme con él en una pelea de bláster.
El recinto se quedó en un silencio sepulcral. Greedo tomó aire y ululó suavemente.
Buen trabajo para un viejo –dijo.
Debe ser un Jedi –dijo Goa–. Creía que los de su clase se habían extinguido hace mucho.
Greedo nunca había visto a un Jedi.
El recinto volvió a la vida de nuevo, la banda continuó tocando, el ayudante del camarero quitó el brazo mutilado. Alguien pidió una ronda para toda la clientela.
Mira eso, Greedo. El viejo y el chico están hablando con Solo y el wook xlvii. Vas a tener que esperar tu turno.
Greedo no respondió. Sus venas estaban hinchadas de excitación por la inesperada carnicería.
Los dos cazarrecompensas rodianos entraron y Goa les hizo una señal para que se acercaran a la mesa. Greedo miró su cerveza, concentrándose en qué le iba a decir a Solo.
Chicos… Me gustaría presentaros a Greedo… mi aprendiz. Greedo, estos son Thuku y Neesh, dos excelentes asesinos a sueldo.
Greedo levantó la mirada y vio dos pares de ojos enormes estudiándole con curiosidad distante. ¿Detectó hostilidad reflejada en esos ojos de múltiples caras? El que se llamaba Thuku tendió una mano con ventosas.
Wa tetu dat oota, Greedo xlviii.
Ta ceko ura nsha xlix–dijo Greedo, permitiendo que sus ventosas contactaran brevemente con las de Thuku. Los tres rodianos iniciaron una corta conversación, mientras Goa miraba divertido. Neesh le contó a Greedo que había oído que Jabba le había adjudicado a Han Solo como presa. Neesh parecía impresionado. Thuku advirtió a Greedo:
Solo ya ha matado a dos cobradores de facturas de Jabba… Ten cuidado, hermano. podrías ser el próximo.
Gracias por el consejo –dijo Greedo, con bravuconería–. No estoy preocupado. Tengo a Jabalí de refuerzo en caso de que Solo o el wookiee intenten alguna estupidez.
Los dos compañeros rodianos intercambiaron miradas con Goa, y Greedo creyó detectar que estaban riéndose de él en silencio. «Sí, por supuesto que ellos piensan que soy un joven idiota. Bueno, así son las cosas cuando estás empezando. Yo les enseñaré».
Entraron soldados de asalto imperiales en el bar y un minuto después, cuando Greedo miró al otro lado del recinto, Solo y el wookiee estaban sentados solos. El viejo y el chico habían desaparecido.
Después de que los imps pasaron su mesa, Goa desenfundó su bláster y lo puso en frente de él.
De acuerdo, muchacho. Esta es tu oportunidad. Si el wook trata de interferir, lo convertiré en humo rojo.
Había llegado el momento. Greedo sintió una mezcla de miedo y excitación. Cerró los ojos y reunió sus energías. De repente su mente se llenó con una brillante imagen de un mundo selvático, hojas verde neón cayendo, una reunión de pequeñas cabañas y ocupados cuerpos verdes medio desnudos. Se vio a sí mismo y a su hermano Pqweeduk, corriendo debajo de los altos árboles de tendril, corriendo hacia la aldea. Vio a su madre de pie en el claro esperándolos. Se vio a sí mismo y a su hermano corriendo hacia ella y ella les tendía los brazos y abrazaba a ambos. Entonces estaba dentro de la visión, mirando sus enormes ojos. Ella estaba llorando. «¿Qué ocurre, madre? ¿Por qué estás triste?»
«Estoy triste y estoy feliz, Greedo. Estoy triste a causa de lo que debe ocurrir. Estoy feliz porque vas a venir a casa».
Greedo salió de su trance y le atravesó un sentimiento como el de un calambrazo. «¿Qué fue eso?» –pensó.
Goa tenía los ojos clavados en él con una mirada de irritación.
Vamos, chico. ¿Vas a hacer tu jugada? Solo y el wook están empezando a marcharse.
El wookiee, Chewbacca, pasó por su mesa y desapareció en el vestíbulo. El momento perfecto había llegado. Greedo se puso de pie bláster en mano.




¿Oona goota, Solo? l ¿Vas a alguna parte, Solo?
Sí, Greedo, en realidad iba justamente a ver a tu jefe. Dile a Jabba que tengo su dinero.
Sompeetalay. Vere tan te nacht vakee cheeta. Jabba warin cheeco wa rush anye katanye wanaroska li. –Greedo se rió–. ¡Chas kin yanee ke chusko! lii. –Es demasiado tarde, deberías haberle pagado cuando tuviste la oportunidad. Jabba ha puesto un precio a tu cabeza tan alto que todos los cazadores de recompensas de la galaxia estarán buscándote. Y yo te encontré primero.
Sí, pero el caso es que ahora tengo el dinero.
Enjaya kul a intekun kuthuow liii. –Dámelo y olvidaré que te he encontrado.
No lo llevo encima. Dile a Jabba…
Tena hikikne. Hoko ruya pulyana oolwan spa steeka gush shuku ponoma three pe liv. Jabba está harto de ti. No tiene tiempo para los contrabandistas que sueltan la carga en cuanto ven un crucero imperial.
Incluso a mi me atacan muchas veces. ¿Crees que tenía alguna otra posibilidad?
Tlok Jabba. Boopa gopakne et an anpaw lv. –Eso díselo a Jabba. Quizás se conforme sólo con tu nave.
Pasando por encima de mi cadáver.




Goa vio el bláster saliendo de la funda de Solo bajo la mesa. Se relajó y se echó hacia atrás, sorbiendo su quemadura solar. «Pobre Greedo» –pensó.
Ukle nyuma cheskopokuta klees ka tlanko ya oska lvi. –Esa es la idea. Llevo mucho tiempo esperando esto.
Sí, apuesto que sí.
Con una tremenda explosión de luz y sonido el bláster de Solo lanzó un rayo de energía a través de la mesa de madera. Cuando el humo se despejó quedaba muy poco de Greedo.
Perdón por el paquete que le dejo –dijo Solo, lanzando una moneda al camarero.




Spurch Jabalí Goa se reunió con los dos rodianos en el Muelle 86, mientras ponía a punto su nave, la Nova Víbora.
El más alto, Thuku, le pasó un arcón de monedas rodianas recién acuñadas, oro puro, cada moneda acuñada con la imagen de Navik el rojo.
Los rodianos te damos las gracias, Goa. Le habríamos matado nosotros mismos, pero no podíamos dejar que se supiera que estábamos cazando a los de nuestras propias especie.
Todo su clan está sentenciado a muerte –dijo Neesh, haciendo un sonido con su nariz verde.
Goa cogió una de las monedas y la observó destellar con el sol brillante y caliente de Tatooine.
Sí… pero a decir verdad, chicos, esta es una recompensa de la que no estoy demasiado orgulloso. Al menos no tuve que matarle yo mismo. Sabía que Solo se encargaría de eso.




FIN


Notas:

i En idioma rodiano: ¿A dónde vas, Greedo? (según la traducción al inglés que figura en la página … de este mismo relato y en la adaptación al cómic por Pablo Hidalgo).
ii En idioma rodiano: ¡Por aquí, Pqweeduk! (según la traducción al inglés que figura en la adaptación al cómic de este mismo relato por Pablo Hidalgo).
iii En idioma rodiano, supuestamente: ¡Quítate de en medio, Greedo! (conjetura basada en el contexto).
iv Brillestim es el nombre de una potente droga que se extrae únicamente en las minas del planeta Kessel. También se le llama o glitterstim, de forma más genérica e informal, “especia”.
v En rodiano: ¡Crece, Pqweeduk! (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
vi Abreviatura de imperiales.
vii En idioma wookiee, supuestamente: ¡Te pillé! (conjetura basada en el contexto).
viii En rodiano: ¡Bájame, cosa peluda! (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
ix En idioma wookiee, supuestamente se trata de una expresión amenazante (conjetura basada en el contexto).
x En idioma wookiee, supuestamente: Nos estaba robando (conjetura basada en el contexto).
xi En rodiano: Me las pagarás (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xii En idioma wookiee, supuestamente: Te has pasado con él (conjetura basada en el contexto).
xiii Bebida alcohólica, espesa, de sabor amargo. Fue creada al colocar dos "luces de estrellas sorpresa" (otra bebida -en básico Starshine Surprise-) en un sólo vaso. Su nombre viene del hecho de que la mayoría de los que beben uno se quedan aturdidos, como si hubieran mirado directamente a la luz de las dos estrellas gemelas Tatoo I y Tatoo II
xiv En rodiano: ¡Wow, eso es genial! (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xv Cron Drift es el nombre de una región del espacio que debe su nombre a una antigua supernova multiestelar, de la que ahora queda una nebulosa.
xvi Los Moradores de la Penumbra es una banda criminal de Nar Shaddaa.
xvii Bebida alcohólica, de color verde. A menudo se sirve con espuma que se forma inyectando la bebida con gas ionizado. Algunos establecimientos usan microdescargas para iluminar el gas, haciendo que parezca un nubarrón.
xviii En huttés: ¡Seguid adelante! (según la traducción de la misma frase que el droide portero TT-8L/Y7 y Bib Fortuna dicen a C-3PO en el Episodio VI: El Retorno del Jedi).
xix En huttés, supuestamente: ¡Llegáis tarde! (conjetura basada en el contexto).
xx En huttés, supuestamente se trata de un saludo respetuoso y pomposo a Jabba (conjetura basada en el contexto).
xxi En huttés, supuestamente se trata de una expresión de agrado por el halago recibido (conjetura basada en el contexto).
xxii En huttés, supuestamente se trata de la presentación de Greedo como su joven protegido (conjetura basada en el contexto).
xxiii En huttés, supuestamente se trata del ofrecimiento del trabajo de cobrar una deuda a Han Solo (conjetura basada en el contexto).
xxiv En idioma wookiee, supuestamente exclamación de disgusto o maldición (conjetura basada en el contexto).
xxv En idioma wookiee, supuestamente: ¿Escapar? ¿Por qué? (conjetura basada en el contexto).
xxvi En rodiano: Jabba no cree que parásitos de la columna vertebral digan la verdad, Solo (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxvii En rodiano: De acuerdo, entonces dame el dinero, Solo (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxviii En rodiano: Luego Greedo se ira por su camino (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxix En rodiano: No, ve a buscarlo ahora mismo. Esperaré (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxx En rodiano: Qué sean cuatro mil créditos (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxxi Es una bebida alcohólica mezclada, llamada así porque la mayoría de los que la beben notan un campo de estrellas girando delante de sus ojos como si se hubieran golpeado contra el suelo. Debido a que era excepcionalmente fuerte, raramente se servía a humanos y a la mayoría de las razas cuasi-humanas.
xxxii Pársec: unidad astronómica de medida de longitud equivalente a 3,2616 años luz o 30.857.345.280.000 kilómetros, es decir, más de 30 billones de kilómetros).
xxxiii En rodiano: Gracias, Goa (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxxiv En rodiano: ¿Disfrutas de tu desayuno, Solo? (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxxv En rodiano: No tiene gracia, Solo. Dame el dinero (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxxvi En rodiano: ¡El dinero! ¿O prefieres explicárselo a Jabba personalmente? (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xxxvii En idioma wookiee, de traducción desconocida.
xxxviii En rodiano, supuestamente: ¡Suéltame! (conjetura basada en el contexto).
xxxix En idioma wookiee, supuestamente, expresión de asentimiento (conjetura basada en el contexto).
xl En idioma wookiee, supuestamente: ¡Ha desaparecido! (conjetura basada en el contexto).
xli En idioma wookiee, supuestamente, expresión de prudencia o advertencia (conjetura basada en el contexto.
xlii En idioma wookiee, de traducción desconocida.
xliii En huttés, supuestamente, expresión de desagrado (conjetura basada en el contexto).
xliv En huttés, supuestamente, expresión de agrado (conjetura basada en el contexto).
xlv En huttés, supuestamente, ¡Ya basta! (conjetura basada en el contexto).
xlvi En rodiano: No estoy seguro. Tengo un mal presentimiento (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue).
xlvii Abreviatura de wookie.
xlviii En rodiano, se trata de un saludo (conjetura basada en el contexto).
xlix En rodiano, se trata de un saludo (conjetura basada en el contexto).
l En rodiano: ¿Vas a alguna parte, Solo? (según la traducción al inglés que figura en la frase que le sigue y basado en los subtítulos del Episodio IV: Una nuevas esperanza).
li En rodiano: Es demasiado tarde, deberías haberle pagado cuando tuviste la oportunidad. Jabba ha puesto un precio a tu cabeza tan alto que todos los cazadores de recompensas de la galaxia estarán buscándote (según la traducción al inglés de la frase que le sigue y en los subtítulos del Episodio IV: Una nuevas esperanza).
lii En rodiano: Y yo te encontré primero (según la traducción al inglés de la frase que le sigue y en los subtítulos del Episodio IV: Una nuevas esperanza).
liii En rodiano: Dámelo y olvidaré que te he encontrado (según la traducción al inglés de la frase que le sigue y en los subtítulos del Episodio IV: Una nuevas esperanza).
liv En rodiano: Jabba está harto de ti. No tiene tiempo para los contrabandistas que sueltan la carga en cuanto ven un crucero imperial (según la traducción al inglés de la frase que le sigue y en los subtítulos del Episodio IV: Una nuevas esperanza).
lv En rodiano: Eso díselo a Jabba. Quizás se conforme sólo con tu nave (según la traducción al inglés de la frase que le sigue y en los subtítulos del Episodio IV: Una nuevas esperanza).
lvi En rodiano: Esa es la idea. Llevo mucho tiempo esperando esto (según la traducción al inglés de la frase que le sigue y en los subtítulos del Episodio IV: Una nuevas esperanza).